La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
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Название: La democracia de las emociones

Автор: Alfredo Sanfeliz Mezquita

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия: Directivos y líderes

isbn: 9788418811609

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СКАЧАТЬ de falta de equidad a nuestro alrededor desencadena respuestas negativas y provoca posturas defensivas.

      ¿Cuánto le cuesta y sufre alguien al perder estatus en su empresa? ¿Cuánta energía gastamos en defender ese estatus que hemos conseguido en la sociedad? ¿A quién le da igual dejar de poder hacer algo que siempre ha hecho, y especialmente dejar de hacerlo porque su nivel económico, en comparación con el de los demás, no se lo permite? ¿Quién tolera bien el sentirse sometido o privado de autonomía por decisión de los demás o por circunstancias sociales que lo impiden? ¿No es cierto que hoy la mayor parte de la gente que tiene su presente y futuro patrimonialmente asegurados mantiene a pesar de todo ciertas inquietudes que les hacen trabajar más en su seguridad presente y futura, y que esa seguridad la asocian con la acumulación de más dinero? ¿Quién no busca de una u otra forma ser querido en la sociedad y admitido para satisfacer su sentido de pertenencia? ¿Quién convive bien con situaciones que le parecen injustas y especialmente si le afectan? ¿Quién no se siente herido y salta cuando se siente atacado en su dignidad?

      En el siglo XXI, en sociedades como las occidentales, el peso de estas necesidades sociales se hace mayor en la balanza que mide nuestra atención y el consumo de nuestra energía. Queremos ser respetados, y ser alguien entre los nuestros, sentirnos libres y que nadie nos maneje, y buscamos la seguridad a largo plazo, que en gran medida asociamos a esa acumulación de poder, conocimiento o dinero. Y todo esto nos inquieta o preocupa, porque los estómagos los tenemos llenos. Y si nuestros mecanismos cerebrales no se ocupan de la comida y de la seguridad física ¿de qué se ocupa nuestra máquina de energía, nuestro pensamiento, nuestro deambuleo o agitación mental? Sencillamente a buscar y hacerse un hueco para una buena supervivencia social satisfaciendo las necesidades sociales.

      Sin duda uno de los mecanismos de mayor relevancia en la evolución del ser humano es el llamado wandering, deambuleo mental o pensamiento por defecto. En virtud del mismo, cuando no estamos con la atención en alguna tarea o entretenidos con algún estímulo, nuestro sistema de pensamiento por defecto se despierta, con mayor o menor intensidad, para preguntarse por cuestiones que le afectan y para analizar y plantearse alternativas de actuación futura, para someter a juicio a otros o a uno mismo, y en definitiva a aspectos relacionados con su acoplamiento en la sociedad y el sentido de sus actuaciones y existencia. Es probablemente una de las grandes diferencias que tenemos con un perro, pues cuando este está alimentado y no tiene nada que hacer sencillamente descansa o contempla lo que ocurre a su alrededor sin más preocupaciones. Los humanos sin embargo raramente nos permitimos estar con la cabeza parada, sin darle vueltas a algo o sin inquietarnos o torturarnos pensando cómo salir de un posible problema futuro o sencillamente en cómo mantener lo que tenemos. Es un sistema de pensamiento que seguramente crea muchas inquietudes y desasosiegos y dificulta la paz interior, pero constituye a su vez una maquinaria extraordinaria de supervivencia al estar permanentemente ocupada en idear nuevas soluciones para conseguir cosas, defenderse de peligros, mejorar nuestra vida…

      Cada vez más nuestros psicólogos y sociólogos observan que, más allá de la satisfacción de las necesidades primarias o básicas, existen una serie de cosas (llamémosles necesidades o como queramos) que resultan más y más imprescindibles para garantizar nuestra sana supervivencia. ¿Por qué si no son las sociedades más ricas y avanzadas las que mayor índice tienen de suicidios, anorexias, enfermedades relacionadas con la ansiedad, depresiones…? Aun a riesgo de ser tachado de simplista, me atrevo a decir que quien inevitablemente está picando piedra o recogiendo fruta en el campo todo el día para comer no puede permitirse el lujo de dedicar el tiempo a hacerse pajas mentales sobre su propósito en la vida, el sentido de esta y dar vueltas a su nivel de encaje o aceptación social. Y es en este terreno, más allá de las ineludibles necesidades biológicas para evitar perder la vida en el corto plazo, donde comienza el mundo de lo relativo, de las apreciaciones de cada uno, de las distintas perspectivas, de las discusiones políticas e ideológicas sobre lo que es o no es una necesidad y sobre en qué principios se debe asentar la justicia en torno a ello. Es también el terreno en el que desarrollamos internamente las exigencias de autonomía personal, de un trato digno, de la aceptación en el grupo social al que deseamos pertenecer etc. y lleva a muchos a convertirse en creadores de causas y reivindicaciones, y a otros a hacerse seguidores suyos.

      Mal de muchos, consuelo de listos

      En Occidente vivimos muy instalados en un sistema que construye efímera y falsamente la satisfacción de sus individuos sobre bases comparativas. Es decir, estoy satisfecho con lo que tengo, con lo que soy, con el trato que recibo, con la libertad que tengo en la medida en que, comparándolo con los demás, me parezca que estoy en buen lugar, en el lugar que me corresponde. Por ello en nuestro fuero interno las cosas no son buenas ni malas o suficientes o insuficientes si no es en relación o por comparación con lo que hay en nuestro entorno. Esto resulta igualmente fundamental para entender el comportamiento humano y consecuentemente los fenómenos sociales que vivimos.

      Mi coche no es bueno o malo de por sí sino en relación con el parque móvil de cada momento. Cuando solo los privilegiados podían practicar determinados deportes el hecho de no practicarlos no resultaba un problema o motivo de insatisfacción. Cuando nadie tenía coche nada pasaba por no tenerlo, pero cuando todos lo tienen, uno puede sentirse mal por el hecho de no tenerlo. Cuando solo los privilegiados podían hacer viajes fuera de España, nadie sentía la necesidad de hacer esos viajes de cuando en cuando. Ahora que se ha masificado la industria del viaje parece que sentimos la necesidad de hacerlo. Cuando todo el mundo a nuestro alrededor tiene dinero para ir a buenos restaurantes puede resultar un problema para quien no lo tiene el no poder seguir el plan de quienes le rodean, de sus amigos de siempre. Por ello también cuando una crisis azota de manera generalizada a toda la población la disminución de nuestro nivel de vida se hace mucho más llevadera al ser algo compartido con las personas que nos rodean. Parece todos que nos acoplamos a niveles inferiores de vida sin que se generen los problemas de las diferencias.

      En definitiva, en general en nuestra sociedad la medición del nivel de satisfacción con lo que somos o tenemos o con nuestro ámbito de libertad está muy relacionada con lo que tienen los demás en nuestro entorno físico y también virtual, a través de lo que vemos en los medios de comunicación y las redes sociales. Lo que no se ve no se quiere, pero lo que nuestro vecino tiene se convierte en objeto de deseo.

      Resulta particularmente interesante en este sentido observar cómo cuando a uno le suben el sueldo la felicidad se suele convertir en frustración si conocemos que nuestro compañero ha tenido una subida mayor. No es tanto la cantidad de dinero (o de bienes que puedo comprar con el incremento salarial) sino la percepción de la consideración que la empresa tiene de mí. Y por ello con las comparaciones nos vienen pensamientos del tipo «es injusto», «no hay derecho», «con todo lo que yo trabajo y aporto…» «que ahora venga fulanito y se lleve los mayores premios…».

      También podemos observar la relevancia de lo relativo para la satisfacción en nuestra sociedad cuando presenciamos un reparto general de regalos. El día de Reyes, cuando reciben sus regalos, la atención de los niños tras un primer instante se fija más en escrutar los regalos de los demás que en disfrutar de los suyos. A veces o en alguna medida no es por tanto el regalo lo que les procura la felicidad sino la satisfacción de ver que los suyos son mejores.

      Es también evidente que el valor de quien en un grupo recibe un reconocimiento o condecoración por algún logro extraordinario se perderá si para consolar a todos los demás miembros del grupo se les concede también un reconocimiento a ellos. El reconocimiento pierde su esencia.

      Y siguiendo con los ejemplos, si preguntamos cómo de bueno es un coche, solo podremos contestar si lo relacionamos con los coches de la época y el entorno. Todos los coches de hoy, si los comparamos con los de hace cuarenta años, son una maravilla de la tecnología y la industria, y son realmente máquinas formidables, silenciosas, con gran potencia y velocidad, que aguantan kilómetros y kilómetros sin dar problemas, con todo tipo de ayudas y asistencias СКАЧАТЬ