La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
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Название: La democracia de las emociones

Автор: Alfredo Sanfeliz Mezquita

Издательство: Bookwire

Жанр: Социология

Серия: Directivos y líderes

isbn: 9788418811609

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СКАЧАТЬ mundo de automatismos o decisiones adoptadas sin reflexión o conciencia de ello. Conducimos de forma inconsciente, calculamos como coger una pelota que nos han lanzado de forma inconsciente, alguien nos cae bien o nos irrita por razones difíciles de explicitar, o nos gusta un restaurante y no otro por lo mismo. Son solo ejemplos gráficos de una infinita lista de preferencias en las que es nuestro subconsciente el que domina nuestras decisiones y posicionamientos determinando nuestra forma de ser y actuar.

      Lo primero es satisfacer nuestras necesidades para sobrevivir

      Todas las personas que conformamos la sociedad somos máquinas programadas para sobrevivir. En todo momento el vigilante de nuestra supervivencia está detrás de nuestros actos para orientar nuestra acciones y preferencias. A veces esa programación protectora de nuestra vida se guía por una protección de la vida a corto plazo, como ocurre cuando automáticamente huimos si se nos aproxima un animal peligroso o nos cubrimos la cabeza ante un gran estruendo. Pero otras veces nuestra inteligencia de supervivencia a medio y largo plazo actúa de forma sutil para fortalecernos física o socialmente. Tomemos por ejemplo la llamada interna que nos empuja a cuidar nuestra alimentación o a hacer ejercicio. En otro ámbito trabajamos también nuestra forma de ser tratando de ser agradables con el entorno y de cumplir nuestros compromisos, buscando con ello, de forma probablemente inconsciente, ser amables y de fiar para ser así más queridos y admitidos en nuestros grupos sociales, reforzando así nuestra capacidad de sobrevivir con éxito en la sociedad. La supervivencia ha sido y será siempre en última instancia la que, con mayor o menor conciencia de ello, guía nuestras actuaciones y hace que le dediquemos la atención, energía e inteligencia de la que disponemos. Se trata de una espontánea y natural inteligencia de supervivencia que, sin preocuparnos de ella, nos impregna, guía y protege, despertando igualmente nuestras reacciones como mecanismo de defensa ante lo que el sistema emocional considera peligroso. Cualquier actuación del ser humano se subordina a la reacción espontánea de defensa cuando en nuestro entorno algún estímulo, palabra, frase escuchada o situación observada nos parece peligrosa. Ante ello, la reacción defensiva se impone a otras siendo esto fuente de explicación de muchas de las dinámicas que podemos observar en la sociedad. Me refiero a prácticas y comportamientos poco admisibles, que violan los valores en los que socialmente creemos, haciéndonos perder las formas y el respeto a los demás o al propio planeta, etc. Cuanto más presionados, asustados o vulnerables nos sintamos mayores probabilidades hay de que nos saltemos nuestros propios principios.

      De las necesidades biológicas a las necesidades sociales

      Durante millones de años esa espontánea inteligencia orientada a la supervivencia se ha centrado principalmente en la satisfacción de las necesidades biológicas. Seguramente una inmensa parte de la población del mundo hasta hace solo unas decenas de años ha tenido como principal objetivo el conseguir llenar su estómago cada día, disponer de refugio para cuidarse de la dura intemperie, y por supuesto buscar protección frente al peligro de ataques de animales o de otros humanos. Y ello tanto individualmente como para proteger al grupo o al clan familiar. En el pasado, solo algunos privilegiados podían considerar que su alimentación estaba garantizada, y seguramente estos vivirían con la amenaza de su seguridad frente a traiciones, rebeliones, conquistas…

      En tales circunstancias la mayor parte del tiempo y esfuerzo debía dedicarse a procurarse comida, refugio, ropa…, lo que consumía mucha energía. En definitiva, nuestra cabeza se mantenía entretenida en procurarnos el sustento biológico con poco espacio adicional para mayores exigencias.

      Por el contrario, hoy en sociedades como la occidental, el alimento está garantizado, o al menos nuestro inconsciente tiene razones para pensar que no faltará. Creo que es una asunción acertada, pues cualquiera hoy, haciendo una pequeña cola para comer en un albergue o incluso pidiendo limosna, tiene asegurada la supervivencia alimenticia. Lo mismo puede decirse de la ropa, pues cualquiera puede vestirse estupendamente (más allá de las consideraciones de la moda del momento) acudiendo a los contenedores donde la gente deja la ropa que deshecha de la temporada anterior. Y en ciudades como las españolas, al menos en las fechas en que esto se escribe, poca energía hay que dedicar a proteger nuestra seguridad física, pues en general vivimos en entornos muy seguros en los que el Estado también vela por la educación y la salud de todos, e incluso nos ofrece posibilidades de ocio y deporte con iniciativas e instalaciones estatales o municipales.

      Entonces, ¿qué más podemos pedir hoy? ¿A qué dedicamos nuestra energía e inquietudes mentales, que están siempre cuestionándolo todo precisamente para velar por nuestra supervivencia?

      Es en la contestación a estas preguntas donde se manifiesta con claridad el cambio de peso en la balanza del consumo de nuestra energía en nuestra sociedad. Si hasta hace solo unas cuantas decenas de años en promedio el peso de la balanza se inclinaba sin duda hacia un mayor consumo de energía destinada a la supervivencia física o biológica, hoy el mayor peso lo situamos en cuidar otras variables de supervivencia. Se trata de variables mucho más sutiles y sofisticadas que podemos encuadrar dentro de lo que se llaman necesidades sociales o psicológicas.

      No es el momento de definir o discutir el alcance del término necesidad ni la diferencia entre necesidad y deseo. A efectos de este libro consideraré como necesidad aquello físico o psíquico-intangible cuya carencia despierta en nosotros los mecanismos emocionales de protección, como se activan ante el ataque de un animal o ante quien quiere privarnos de agua para beber. Y a estos efectos podemos asimilar (como lo hace la neurociencia) el funcionamiento cerebral de nuestros mecanismos de reacción emocionales e inconscientes, ya sea ante la amenaza de nuestras necesidades fisiológicas o sociales. La reacción y los procesos neurológicos que se producen ante la falta de alimento son similares a los que se producen cuando alguien es excluido de su grupo de pertenencia o es privado de su estatus social o autonomía. Los miedos, bloqueos y agresividades en uno y otro caso (carencias fisiológicas y carencias sociales) responden a los mismos patrones en cuanto a funcionamiento y naturaleza. Por ello hoy una persona, ante la amenaza de ser excluido de un grupo, ninguneado o tratado indignamente, reacciona de la misma forma que lo hacía un animal o un humano cuando alguien le quería quitar el alimento o adentrarse en su territorio. Se trata de reacciones instintivas y emocionales que solo los barnices de la educación pueden modular y tratar de ocultar.

      Ello ha provocado el que dediquemos mucha más energía cerebral a pensamientos y reivindicaciones propias de quien, teniendo sus necesidades fisiológicas cubiertas, ha saltado a preocuparse por su posicionamiento, fortaleza o hueco social. Y entender esto y tenerlo siempre presente es clave para comprender y diagnosticar los fenómenos sociales actuales.

      Aunque existen distintos modelos que describen el concepto y las categorías de nuestras necesidades sociales, siempre me gusta, por su sencillez, el del psicólogo David Rock, fundador del Neuro Leadership Institute. En virtud de su denominado modelo SCARF (abreviatura de Status, Certainty, Autonomy, Relatedness y Fairness), las necesidades del ser humano en las sociedades modernas se definen o clasifican en esas cinco categorías:

      • Estatus: necesidad social de tener importancia relativa respecto a los demás, respeto, estima y significado dentro de un grupo.

      • Seguridad o certidumbre: necesidad de sentirnos seguros sabiendo que nuestro cerebro analiza patrones de forma constante y prefiere patrones familiares. Evalúa lo conocido como seguro y lo desconocido como peligroso. Vencer las resistencias al cambio pasa por gestionar bien este dominio.

      • Autonomía: necesitamos percibir que poseemos cierto control sobre los acontecimientos, así como la posibilidad de tomar decisiones propias.

      • Encaje social o relacional y sentido de pertenencia: necesitamos relacionarnos y pertenecer al grupo en el que nos sentimos seguros, para lo cual analizamos constantemente si las personas de nuestro entorno son amigos o extraños.

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