Название: En defensa del Optimismo
Автор: Gonzalo Rojas-May
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789569986833
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Con la Revolución Industrial y la idea de modernidad, los fundamentos del tiempo cronológico y psíquico comenzaron a cambiar. Aunque la medida lineal de este se ha mantenido desde entonces, la forma en que se entiende y vive el presente se hace cada vez más amplia. De algún modo, el «ahora» comienza a engordar, se vuele obeso, apretujando el pasado contra sí mismo y, al mismo tiempo, se hace cada vez más voraz con relación al devenir. A partir de la segunda mitad del siglo XX la idea de que «el futuro es hoy» se instaló como un lema global. Así, la espera comienza a ser una experiencia cada vez más intolerable.
La aparición del internet instala el «presentismo» como motor, deseo y voluntad de existencia. La simultaneidad, el vértigo de creer contar con todas las posibilidades y la promesa de poder tenerlo todo, solo por el hecho de acceder al menú que los escaparates reales y virtuales nos ofrecen, hacen aumentar la gula hasta alturas inimaginables. La web nos permite suponer que se puede contar con todo el conocimiento disponible en el mismo instante de la pregunta, lo que hace estallar la idea de reflexión por los aires. La pausa, la contemplación, el ocio sagrado de la filosofía clásica y la espera, son posiciones psíquicas que, lejos de producir templanza y carácter, generan angustia y sensación de vacío.
Y, en medio de ese ritmo desenfrenado, se nos acabó un siglo lleno de horrores autoritarios, deslumbramiento científico, artístico e intelectual. Las primeras décadas del nuevo milenio nos dieron más impulso aún. El tiempo ya no solo volaba, prácticamente desaparecía en medio de nuevos logros sociales, económicos y tecnológicos. Las demandas de los más de siete mil millones de habitantes de este punto casi invisible del universo exigían respuestas concretas ahora.
Y entonces, llega el freno seco y brutal. Yéndonos casi de bruces, hemos pasado los últimos dos años llenándonos de fórmulas, hipótesis y teorías para acostumbrarnos y entender qué es todo esto. Mientras intentamos no enfermar y sobrevivir a la pandemia y con una crisis económica gigantesca que se levanta frente a nosotros, anhelamos salir lo antes posible de algo tan único como inasible: la incertidumbre. Entonces, como los astronautas del Apolo 132, le decimos a alguien esperando que nos escuche y nos de una solución: «Houston, tenemos un problema: llegó el siglo XXI y no tenemos perspectiva temporal para comprenderlo».
Tal vez un esbozo de respuesta está en la última escena de Fanny y Alexander de Ingmar Bergman: «Todo puede suceder, todo es posible y probable, tiempo y espacio no existen. En el delgado marco de realidad la imaginación gira creando nuevos patrones»3, lee en voz alta la abuela Ekdahl a partir de un texto del autor August Strindberg, mientras Alexander permanece recostado en su regazo.
2 Apolo 13 fue la séptima misión tripulada del programa Apolo de la NASA y la tercera destinada a aterrizar en la Luna. La nave despegó desde el Centro espacial John F. Kennedy el 11 de abril de 1970, pero tuvo que abortar su alunizaje debido a una explosión en un tanque de oxígeno del módulo de servicio.
3 Fanny y Alexander. Dirigido por Ingmar Bergman, 1982.
Capítulo 3
El peso de las palabras
En el año 3100 a.C., el escriba sumerio Gar Ama4 redactó un documento y con ello, por primera vez en la historia del hombre, un autor firmó un texto. En otras palabras, alguien se hizo responsable de una idea. Con la aparición de la autoría, también surgió la noción de responsabilidad; el contrato oral se plasma en un documento, el compromiso queda estampado, la voluntad adquiere una significación distinta. Una nueva era comenzó en ese entonces, pues un texto tiene una identidad detrás de sí.
Tres mil doscientos años después, el «Evangelio de San Juan» sostiene: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». La palabra ya no solo tiene a un humano como autor; es mucho más que eso, es la creación misma. El lenguaje es un acto divino.
En el siglo XX, ya habían transcurrido cinco mil años desde que Gar Ama le puso identidad a un discurso. Freud primero y Lacan después, describen a la «palabra vacía» y la «palabra plena» como los polos de un continuum, en que la primera solamente circunscribe, casi al pasar, algo y la segunda significa, posee un peso específico. Describámoslo en forma sencilla. Ante la pregunta: «¿Tienes sueño?», la contestación «sí», opera de un modo muy distinto que la respuesta que un acusado responde frente a un juez: «¿Se declara usted inocente del delito del que se le acusa?». «Sí», contesta este. Las palabras poseen sustancia.
Desde la aparición de la firma, el lenguaje se hizo más poderoso que nunca. La rúbrica le otorga al autor fama, reconocimiento y distinción, pero también responsabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de ser inculpado por ya, no solo lo dicho en forma oral, sino lo declarado por escrito.
Las crisis como las que estamos viviendo obligan no solo a ser más resistentes emocionalmente, sino que impulsan a la exploración de nuevas fronteras científicas y sociales. Junto con eso, nuevas palabras y términos se nos hacen cada vez más familiares: cepas, variantes, respirador, cuarentena, mascarillas, sanitización, inmunidad, pandemia, endemia, dosis, aislamiento, vacuna, período de incubación, distanciamiento social, comorbilidad, prono, R0: un glosario de conceptos para explicar esta nueva realidad, que hace ya tiempo no tiene nada de nueva, y que se ha instalado a vivir entre nosotros como un huésped sorpresivo, pero que lentamente se nos ha ido haciendo cada vez más familiar.
Siempre se dice que el lenguaje crea realidad. Es cierto, somos palabras y símbolos, estamos hechos de ellos. Crear nuevas palabras implica habitar, de forma diferente, los cambios estructurales que personas y sociedades experimentan cíclicamente. En muchos sentidos se trata de una revolución. Y en toda revolución hay tiempos de expansión y tiempos de contracción. En la expansión las estructuras formales que se aspira a derribar o reconstruir son exigidas al máximo. El discurso —es decir, nosotros mismos—, se llena de significados y consignas que apelan a ideas colectivas de gran impacto emocional y enorme vocación libidinal. El sentido de pertenencia alinea y otorga una percepción de unidad y, por qué no decirlo, de seguridad. Los sueños individuales se potencian y validan exponencialmente cuando la masa coincide con los anhelos, esperanzas e incluso prejuicios personales. Históricamente hemos tendido a creer que, si la «mayoría» piensa en forma parecida, la idea que se plantea o vocifera es «correcta». Y ha sido así como genocidios, persecuciones, oscurantismos, errores y horrores de toda especie se han dado maña para, sustentado en la creencia de las mayorías, hacer de las suyas desde el inicio de nuestra historia gregaria.
Desde luego, también es del todo cierto que las revoluciones muchas veces han impulsado cambios gigantescos que han hecho que diversas formas de injusticias se subsanen, instaurando en la humanidad nociones y políticas de bien común, justicia, dignidad y libertad. El precio que se ha pagado por ello no ha sido menor, pero como la memoria emotiva suele ganarle a la historia, al final del día el triunfo del ethos del bien común ha hecho que las víctimas de todo signo político que han quedado en el camino sean héroes o villanos, entren a formar parte del «coste hundido» que las sociedades han estado dispuestas a pagar con el fin de lograr propósitos o sueños enraizados y validados colectivamente.
Las revoluciones se expanden en su voracidad discursiva y utópica y se contraen en cuanto la realidad de los hechos —y sobre todo la naturaleza humana—, revela que detrás de todo principio comunitario, se encuentran también presentes legítimas СКАЧАТЬ