Название: Incursiones ontológicas VII
Автор: Varios autores
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789566131342
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Dice Aristóteles, “La dignidad no consiste en tener honores, si no en merecerlos” y agrega, “El hombre ideal asume los accidentes de la vida con gracia y dignidad, sacando el mejor provecho de las circunstancias”, Nelson Mandela, “Cualquier hombre o institución que trate de despojarme de mi dignidad, fracasará”, El Papa Francisco, “Las cosas tienen un precio y estas pueden estar a la venta, pero la gente tiene dignidad, la cual es invaluable y vale mucho más que las cosas.”, Ángela Merkel, “Cuando hablamos de dignidad humana, no podemos hacer concesiones”. Es interesante ver los observadores de pensadores y figuras públicas reconocidas a través de la historia, sobre su postura frente a la dignidad, si revisamos puntos clave en común de sus pensamientos encontramos, el merecimiento como parte de ser digno, la apertura de nuevas posibilidades al tener algún tipo de exclusión y la fuerza que debemos tener para mantener nuestra creencia y valor en nuestra dignidad, pero ¿en dónde radica la fuerza interior que nos motiva a que pongamos nuestro valor de dignidad por encima de cualquier cosa?, ¿qué define esa dignidad propia?, ¿de dónde tomamos la fuerza y la energía para seguir siendo dignos? Es en este punto donde es válido poder analizar situaciones, eventos propios que demuestren la validez de todo lo mencionado y quizás allí encontremos las respuestas a las preguntas anteriormente mencionadas.
Basado en lo comentado hasta ahora, quisiera relatar una experiencia propia en donde se ve vinculada mi dignidad en un evento de un grupo de personas, como lo definí anteriormente, donde existía una dignidad colectiva y en donde también una única persona, basada en su definición de dignidad, evaluó la mía y saco sus propias conclusiones respecto a mi dignidad personal.
Solo quiero agregar que, al traer esta experiencia a este escrito, deseo mostrar desde dónde mi dignidad tenía lugar, cómo fue transformada y cómo desde ese momento inicia un camino de reformulación, comencemos entonces.
Es común que cuando salgamos del colegio continuemos la relación con un grupo de amigos, que mantengamos esa amistad, ese lazo tan fuerte que se forma al compartir casi toda la primera parte de la vida con las mismas personas; es inevitable que, después de tantos años, no se generen condiciones y reglas de vida en común, gustos, deseos, inclusive poder vincular los mismos pecados a cometer y que los demás sean cómplices de si son ejecutados o no, esta relación es tan estrecha, que podemos decir, genera un tipo de dignidad colectiva, todo lo que se forma allí y se establece, que no fue escrito ni determinado por nadie, si no las experiencias y el tiempo juntos fueron dictaminado la definición y las condiciones, construyen el ser dignos a seguir perteneciendo a este grupo, invisiblemente se crean los límites de pertenecer, validando la posición de estar vinculados allí.
Hace más o menos cuatro años, con mi esposa -en esa época éramos todavía novios-, decidimos apostar a seguir creciendo juntos y compramos la casa donde actualmente vivimos. Es normal que en la cultura colombiana se haga una fiesta o invitación a los más allegados, para que en ese nuevo hogar se celebre su adquisición, pues así fue como organizamos una reunión con mis amigos del colegio en nuestra nueva casa. En esa época, las celebraciones en el grupo estaban rodeadas de mucho licor, lo cual permitía exacerbar el estado de felicidad y alegría de compartir juntos, pero, desafortunadamente, cuando indico mucho, era exceso, porque se rayaba en el límite del irrespeto por uno mismo, llegando a la pérdida de la conciencia de algunos de nosotros; esto, a mi esposa no le gustaba mucho, compartía con el grupo, pero no validaba la falta de un límite bebiendo licor. Fue así como organizamos la reunión, en donde definitivamente no iba tampoco a existir un límite en el tomar. La reunión fue transcurriendo y se comenzó a ver cómo, a cada uno de nosotros, se nos empezó a subir el licor a la cabeza; ya estábamos alicorados, mi esposa, al ver esto, decidió irse a la casa de una amiga y dejarnos en la celebración; el licor se terminó y con uno de mis amigos salimos, de manera irresponsable, a comprar más. Al regresar, encontramos un panorama no muy agradable, dos novias de ellos ya habían llegado a su límite de licor y lo devolvieron en el piso de la sala y en el baño, en el entretanto, llegó mi esposa a la casa y vio lo que sucedía; totalmente molesta, les dijo a las personas que intentaban buscar algo para limpiar, que usaran su propia ropa para hacerlo; su casa se respetaba, y como era de esperarse, con poca conciencia de lo que sucedía, mis amigos y sus novias alicoradas comenzaron a proferir comentarios desagradables y descalificadores hacia ella.
Toda esta historia que comento llega a este punto crítico, donde voy a relatar detalladamente la encrucijada en la que me encontré y cómo, en una sensación mixta de dignidad propia, por la relación que llevaba construyendo con mi esposa, por ver vulnerada mi casa que, con dedicación y trabajo, compré, versus el ser digno de pertenecer a un grupo de amigos que transgredió mi dignidad y la construida en mi hogar, desembocando en hechos que terminaron excluyéndome del grupo que había tenido hasta ese momento de mi vida. Voy a entrar en diferentes espacios en donde se vio mi dignidad, la de mi esposa y la de mi hogar vulneradas, en donde mi dignidad como persona fue puesta en tela de juicio por mi esposa y mis amigos, además, en donde la dignidad colectiva, construida por muchos años, me descalifico para seguir perteneciendo a ella, ya no era yo digno ni merecedor de continuar en ella. Así que de acá en adelante se podrá evidenciar cómo la dignidad personal prevalece y se enaltece frente a la no convergencia y adecuada adaptación de una dignidad grupal, como mi dignidad debe resonar en la del grupo al que quería pertenecer.
Comenzaron las ofensas hacia mi esposa y en mí confluyeron todo tipo de sentimientos y emociones negativos, si bien hoy todavía digo que el comentario de mi esposa fue imprudente, tampoco era válido que por lo que se hubiera dicho, las novias de mis amigos no se hubieran controlado o por lo menos, hubieran sido conscientes que estaban en un lugar ajeno que merecía un mínimo respeto; comencé a sentirme vulnerado, transgredido, tenía la sensación de que habían violado algo que, como persona, tengo como valor estándar en mi vida y es la confianza; la dignidad de mi hogar había sido violentada y con ella, la mía. Mi cuerpo era un mar de sensaciones, definitivamente mis manos, pecho y piernas se rigidizaban, buscaban la manera de estar alerta ante cualquier agresión que pudiera aparecer, se prendió mi mecanismo de defensa, quizás ese en donde la rabia es la protagonista, pero por mi cabeza solo pasaban las imágenes de todo lo vivido con ellos desde hace muchos años; algo me decía que esos recuerdos eran los únicos y últimos que iban a prevalecer; no se hizo tardar y tanta ofensa y palabra descalificadora rompieron el código de amistad, entonces, la dignidad grupal, mi dignidad personal y la construida por mi hogar comenzaron a hacerse respetar; de inmediato, apareció en mí un rabia muy intensa, que me impelió a defender mi hogar, mi cuerpo se llenó de una fuerza violenta, con ganas de salir, el enfoque solo estaba en la mirada, en demostrar un rostro desafiante, sin miedo y con ganas de atacar; desapareció la noción de espacio y tiempo, no existían olores ni aromas, el mareo del licor cesó y toda la atención СКАЧАТЬ