Название: Si persisten las molestias
Автор: Fernando Escalante Gonzalbo
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
isbn: 9786078564569
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A pesar de que los Zetas se convirtieron en la encarnación de todo lo que debía ser eliminado, el modelo de organización delictiva militarizada que los caracterizó, lejos de ser una anomalía, se volvió común a prácticamente todos los grupos. Las milicias reclutadas entre ex militares, ex policías, pandilleros, migrantes o simplemente jóvenes con un gusto por las armas y las drogas se volvieron una verdadera clase trabajadora de la violencia de la que todos echaron mano. A medida que se fortalecieron las identidades grupales –con toda la parafernalia de nombres, insignias, uniformes y música que ahora vemos–, también se consolidaron las formas colectivas de sospecha y enemistad. Esto no desplazó las formas tradicionales de identidad regional, linaje y asociación por parentesco; al contrario, en algunos casos estas se han fortalecido, pero se volvieron la prerrogativa de una élite de capos y dueños de los medios de producción de la violencia, los señores, como se ha vuelto común llamarles. Menos de diez años bastaron para que nacieran linajes locales, alimentados en parte por el duelo de todos los que han muerto en estos años.
Vuelvo al ejemplo de Altar, Sonora. Entre 2010 y 2017, se sucedieron cuatro dueños de la plaza y jefes de sicarios: el Paletero, el kb, el 15 y el Cazador. En 2010, se dio un conflicto territorial contra los Gilos, un grupo rival atrincherado en Sáric que se decía había conseguido el apoyo de los Zetas para disputar un segmento de frontera entre Sáric y Nogales. Al mismo tiempo el Paletero, un narcotraficante de Caborca, impuso por primera vez el sistema de cuotas a migrantes, formó un grupo de sicarios locales y se convirtió en el primer dueño de la plaza de Altar. En enero de 2013, un día después de un enfrentamiento con el Ejército en Pitiquito, se encontró el cadáver del Paletero envuelto en cobijas a la orilla de la carretera. Lo sucedió el kb, que tampoco era originario de Altar, ni de Sonora: era de Jalisco, y él también operó por medio del jefe de sicarios local, que en ese tiempo era el 15. Pero en 2014 el 15 estrelló un carro de carreras contra un muro en pleno centro del pueblo, exactamente una semana después de haber enterrado a su hija, que había sido atropellada accidentalmente. Tenía 27 años. Al poco tiempo se supo que el kb había sido asesinado al salir de un bar en Guadalajara. Y fue así que se estableció el Cazador, hermano mayor de el 15, tanto como jefe de sicarios como dueño de la plaza.
A pesar de la cortedad de sus vidas y mandatos, y de las diferencias iniciales entre foráneos y locales, estos cuatro capos lograron constituirse como un linaje en parte gracias a que los unían lazos de compadrazgo. Esta institución social permite justamente establecer vínculos de obligación mutua en poco tiempo y sin necesidad de conexiones previas. La continuidad del puesto y la idea de linaje se consolidaron también por medio de narraciones locales y sobre todo de corridos, que se producen y consumen localmente y que dan cuenta de estas sucesiones. Esta nueva generación de capos y sicarios jóvenes se caracteriza por haber tenido una experiencia directa de la muerte: todos han matado y a todos les han matado personas cercanas, todos de alguna manera están en duelo. Es significativo que cada uno de los corridos de los cuatro jefes de Altar menciona la muerte de un ser entrañable, un hermano o un compadre que ya está muerto. Esto no era el caso en los corridos de contrabando tradicionales, pero se ha vuelto casi una regla del género.
De momentos tristes no me quiero ni acordar
pero a mi hermanito en mi mente lo he de llevar,
ahora me he quedado aquí en el mando en su lugar
y lo hice mi compadre como al kb que por cierto ya no está.
“Así corre el agua”, Los Minis de Caborca.
Importa porque aquí se ve ya cómo la figura del jefe y sus plebes, o sicarios, se sacraliza con la muerte de los que vinieron antes. Hay ya una incipiente elaboración de la muerte como sacrificio –como regalo, como ofrenda, como fuerza creadora–, y cada vez menos una idea puramente instrumental de la violencia –la muerte como el costo de obtener un objetivo secular–. Pocas cosas, quizá ninguna, tienen la capacidad de la muerte y la sangre derramada para gestar mitos y sellar emocionalmente el sentido de pertenencia a un grupo: un clan, un ejército, una nación. Como recuerda Sánchez Ferlosio: no es que los dioses estén en el cielo y que por eso les hagamos sacrificios, es que los hemos puesto en el cielo a base de sacrificios. Cada mes de enero para conmemorar la fecha en que su hermano el 15 se inmoló, el Cazador detona un arma calibre 50 que se oye en todo el pueblo.
Quizás el efecto más serio y profundo del desmantelamiento del nacionalismo posrevolucionario es que la Nación perdió, para bien o para mal, la capacidad de reclamar para sí la sangre derramada y redimirla como sacrificio, perdió así la capacidad de definir a sus sujetos y regresarles una imagen que los identifique y defina socialmente como miembros de un todo más amplio. El duelo colectivo se fragmentó entonces en una multitud de panteones locales, que se definen en oposición a la Nación, y que se volverán tanto más sagrados cuanto más sangrienta sea la violencia estatal. En el noreste de México hay todo un género de videos q.e.p.d. (que en paz descanse) que conmemoran con fotografías y canciones de rap las acciones de los sicarios del Cartel del Golfo o de los Zetas recientemente abatidos. Esta fue escrita para Pedro Fernando Pérez, apodado la Muñeka.
Te recuerdan tus amigos y toda la compañía
desde arriba sé que cuidarás a los de abajo
a los sicarios que con mucho orgullo honran su trabajo
a los que estuvieron contigo en las buenas y en las malas
sé que tú estarás con ellos esquivándoles las balas.
Se nos fue
el carnalito de la Letra
que nunca soltó su metra
pero esto así es
hoy te puedo ver
pero mañana no sé
Te recordaré
en las buenas y malas
por culpa de unas balas
tu cuerpo no es nada.
La Muñeka, q.e.p.d., Topon, 2014.
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