Mis memorias. Manuel Castillo Quijada
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Mis memorias - Manuel Castillo Quijada страница 31

Название: Mis memorias

Автор: Manuel Castillo Quijada

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: LA NAU SOLIDÀRIA

isbn: 9788491343318

isbn:

СКАЧАТЬ cuyo titular le manifestó que, siendo ya insoportable mi conducta periodística, era imprescindible mi traslado, a lo que, a petición del prelado, estaba dispuesto el Ministerio si la Jefatura de la Biblioteca se decidía a formular una simple denuncia que, sin afectar a mi honorabilidad, pudiera dar margen a esa sanción, aun mejorando de población, como, por ejemplo, Barcelona; por ejemplo, debido a un pequeño retraso en llegar a la oficina a ejercer mi cargo o cosa parecida: «Solo con eso será seguramente trasladado a Barcelona o a Madrid, porque sabemos que es un gran muchacho, aunque nos resulta peligroso por sus escritos».

      Entre paréntesis, he de advertir que sin conocer la iniciativa, aunque me la suponía, hacía tiempo que se me había ofrecido desde Barcelona ese traslado, con verdadero interés, que me hizo vacilar, pero que renuncié ante el infundado temor a que, si me marchaba, pudiera olvidar a la que era vuestra madre, entonces mi novia.

      Mi jefe resistió escuchar aquella proposición indigna del secretario de Cámara, un corpulento canónigo que se llamaba Repila, y soltando como preludio una significativa carcajada, le dijo:

      ¿A usted le parece digno y justo el que yo denuncie a un compañero que, impecablemente, cumple con su deber, con toda puntualidad y competencia, que se haya retrasado cinco minutos, cuando ni es verdad, y cuando soy, o el que a diario voy tarde a la biblioteca y, a veces, no voy, por la confianza toda que en él deposito, sabiendo que el servicio se cubre perfectamente? Eso sería hacerme cómplice de una indignidad y de una canallada, que soy incapaz de cometer con un compañero y cuya propuesta hiere mi caballerosidad. Yo creía que tenían ustedes mejor concepto de mí.

      Lo que sí puedo hacer, en atención al señor obispo, es llamarle la atención seriamente, dándole cuenta del peligro que corre, para que se aplaque en lo que escribe, pero canalladas, como esta, no me pidan nunca, porque soy incapaz de cometerlas. Soy un caballero y un compañero.

      Y cogió su sombrero, saliendo del despacho, viniendo a la biblioteca para contarme la escena y aconsejarme ser más suave y comedido, para aplacar el furor clerical, porque la Iglesia no deja de ser, siempre, un peligroso enemigo.

      Pues eso me estimula más, y, desde ahora, demostraré al obispo que me tienen sin cuidado sus amenazas, rindiéndole el favor de no hacer públicas sus caritativas andanzas, porque yo no soy como los integristas. Toreo, como dijo Frascuelo, todo lo que salga del toril.

      Y ya lo notaron en el Palacio Episcopal, que, a su vez, me declaró una guerra sorda y efectiva, verdaderamente sin cuartel y acuciada por el odio clerical, como se verá más adelante.

       15 MI INICIACIÓN POLÍTICA

      Yo salí de Madrid con la más profunda convicción republicana, pues ya había actuado siendo estudiante en las juventudes de ese partido, revestido, además, de un anticlericalismo que he sostenido toda mi vida, no como un sectario vulgar, sino como un convencido de que, además de ser un explotador del pueblo, representó, siempre, un poder reaccionario en la evolución de la cultura y de la moral, al mismo tiempo que desvirtuó, pro domo sua, las doctrinas de Jesucristo, usándolas a su manera en favor de sus intereses materiales o saltándoselas a la torera cuando no se adaptan a ellos.

      Pero, a pesar de estar inscrito en las Juventudes con fe y entusiasmo, no me había encartado en ninguno de los partidos republicanos, en aras de mi independencia y de mi inclinación, que jamás decayó, de unionista y que he sostenido, y sostengo, aún, en mis 86 años y en el exilio, sin otro interés que laborar por el bien y la libertad de mi España, aherrojada hoy por el crimen y el terror oficiales, para vergüenza de la Humanidad.

      En Salamanca, como en el resto de las capitales provincianas, no reaccionaban los sentimientos políticos más que en vísperas de elecciones. Como yo llegué en la primera quincena de julio y no conocía a nadie, me instalé al llegar en casa de unas paisanas y antiguas amigas de mi madre, una viuda, llamada Mónica Rivero, que, con su madre, una señora de bastante edad, se repartía los trabajos domésticos para atender a tres estudiantes de Medicina y a mí, resolviendo, de esa manera muy general en Salamanca, el problema de su vida y de su hijo y nieto, respectivamente, al que educaron y sostuvieron, hasta que se hizo médico.

      Al salir a las dos de la tarde de mi trabajo en la Biblioteca, me encaminaba a casa, algo cansado por el servicio de libros al público, y después de almorzar marchaba al café, donde entonces solo hacía mi consumición, fumándome un modesto puro. Luego, me daba un paseo generalmente largo por los alrededores de la ciudad, volviendo a casa, donde, para matar mi aburrimiento, compré un acordeón que en unas cuantas semanas dominaba como casi un virtuoso, corriendo mi fama en su manejo entre los aficionados, lo que fue motivo del acto más transcendental de mi vida.

      Yo quería trabajar por la República, claro es que románticamente, pero ignoraba la vida republicana en Salamanca, ciudad eminentemente levítica. Mi compañero y jefe, don Agustín, antiguo diputado republicano en las Constituyentes, figuraba entonces en el Partido Liberal, en el sector de Gamazo, y ello me retrajo a pedirle orientación en el terreno político, resignándome a una forzada inactividad, hasta que se me presentó la primera ocasión para actuar, con la conmemoración del día 11 de febrero, aniversario de la proclamación de la Primera República, que los republicanos celebraban en toda España.

      Vi anunciada en la prensa una reunión de los republicanos en un gran salón de baile de la calle de Espoz y Mina, en el que hacía la citación para la celebración de dicha fiesta, y en la que por solo cincuenta céntimos se tenía derecho a tomar café, media copa de licor y un modesto puro. Me encaminé hacia el susodicho local a la hora señalada y me senté entre los asistentes, muchos en verdad, que llenaban las mesas a todo lo largo. Hablando con los más cercanos a mí, me di a conocer a ellos y a los pocos momentos, merced a la campechanía y franqueza castellana, llegamos hasta a tutearnos como si fuéramos viejos amigos de toda la vida, solicitando a voces que yo hablara cuando se iniciaron los discursos conmemorativos. Me hicieron subir en una silla para que todos pudieran verme y oírme mejor hasta los extremos del gran salón, y «lancé» un discurso lleno de exaltación republicana que arrancó entusiastas aplausos, despertando ello la general curiosidad, corriendo la voz entre todos los asistentes de que yo era un joven republicano madrileño, recién venido de Madrid, a hacerme cargo de bibliotecario en la Universidad, que había ganado por oposición.

      Ello fue motivo de felicitaciones de tantos correligionarios, a ninguno de los cuales conocía, entre los que figuraban los jefes locales de todos los sectores del republicanismo, que muy pronto habrían de contar con la cooperación del recién llegado, que acababa de ganarse el espaldarazo, colocándose en primera fila, claro es que de los románticos, puesto que jamás pretendí otro puesto que el de luchar como simple soldado.

      Tanto el periódico La Libertad como La Democracia, con mis «Plumazos y borrones», me habían conquistado entre los republicanos una gran influencia entre las fuerzas populares salmantinas. Todos, como era frecuente en Salamanca, me tuteaban considerando mi corta edad, tanto los altos, como los bajos, porque Castillo, amigo de todos, había conquistado en poco tiempo unas relaciones en la capital, cual nunca pudo soñar, llegando a hacer concejales a republicanos valiosos y modestos que honraron, con sus honestas y prudentes intervenciones, al Ayuntamiento.

      Dos personalidades dirigían entonces los dos partidos republicanos imperantes por su historia, en Salamanca, ambos abogados de nota; uno, don Pedro Martín Benitas, que era un prestigio dentro del Partido Federal, presidente que fue del Gobierno Cantonal, al que con gran habilidad, honradez y talento dirigió, en forma de que no se registrase el menor desafuero por parte de los exaltados, logrando que no se registrase la menor filtración en la administración de los fondos de Hacienda en el pago de sueldos a los funcionarios. Hombre respetado por todo el mundo y cuyo bufete era un verdadero modelo de honestidad y competencia, al que confiaban sus intereses las más destacadas familias charras, СКАЧАТЬ