Название: Mis memorias
Автор: Manuel Castillo Quijada
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: LA NAU SOLIDÀRIA
isbn: 9788491343318
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–Pásele esta tarjeta al señor coronel, y pregúntele si me puede recibir.
La tarjeta decía simplemente «Manuel Castillo, Licenciado en Filosofía y Letras».
Al minuto salió el sargento del despacho, y, dejándome franca la puerta, me dijo:
–Haga usted el favor de pasar. –Haciéndolo yo así, cuadrándome delante del coronel, diciendo las palabras reglamentarias de «A la orden de usted, mi coronel».
–¿Qué desea usted? –me preguntó.
–Pedirle un favor que me interesa mucho. Acabo de ganar unas oposiciones para bibliotecario y, para poder tomar posesión de mi cargo, necesito presentar la licencia. Como quiera que estoy fuera de cupo, yo me atrevo a rogarle ordenase se me extendiera lo más pronto posible, para evitarme complicaciones y perjuicios.
–Pero usted, tan joven, ¿ya es licenciado y bibliotecario?
–Sí, señor, mi coronel, para servirle a usted –le respondí, con incontenida satisfacción.
–Pues le felicito, y mañana, a estas horas, venga a recocer su licencia, que ya estará lista, pues mi satisfacción en cumplir con usted este servicio es la que usted se merece por su aprovechamiento.
–Muchas gracias, mi coronel –contesté–. A la orden de usted.
Y, efectivamente, al día siguiente, al presentarme en la oficina, el sargento se levantó, me franqueó la puerta del despacho, diciéndome: «Pase “usted”».
Entré seguidamente y, al verme, el coronel se levantó de su asiento, dándome la mano y un abrazo al entregarme personalmente el documento despachado, diciéndome, al darle las gracias, con cierta confusión: «Nada de gracias, joven, siga usted por ese canino que tanto le honra. Que tenga usted mucha suerte y ya sabe que, aquí, deja un amigo que le felicita y a su disposición, si puedo servirle en algo».
Conmovido, salí del despacho casi sin poder contener mis lágrimas, al verme ya considerado y respetado humanamente, dirigiéndome, a paso ligero, a la Biblioteca Nacional, para tomar posesión de mi cargo, que me había de dar personalmente aquella gloria de nuestra literatura, como director del Cuerpo Facultativo, al que entraba a pertenecer, cuando el secretario del mismo, don José Paz y Mélia, me dijo con amable compañerismo:
–He de advertirle, compañero, que puede lograr ahora un ascenso, a dos mil pesetas de sueldo, si se dispone a prestar sus servicios en un archivo de Hacienda.
–No, señor: quiero ir a una biblioteca.
Cambiaron una mirada, muy significativa, director y secretario, y moviendo aquel la cabeza, y significativamente, cruzando los dedos, pulgar e índice de su mano derecha, como si contase dinero, me dijo, con una sonrisa no exenta de picardía:
–¿Estamos todos bien en casa?
–Todo lo contrario, señor director, porque esta plaza es mi único porvenir. Pero yo no he estudiado mi carrera para dedicarme en un archivo de Hacienda, a ordenar legajos de documentación contributiva y de cuentas municipales. Mejor serviré a mis aficiones, a mis estudios y al Estado en una biblioteca.
Volvieron ambos funcionarios a mirarse, en forma bien clara de que apreciaban mi quijotismo y romántico rasgo, expendiéndose en nuestra presencia sobre mi título administrativo el acta de toma de posesión.
Y al día siguiente, por la noche, salía para Salamanca con una maletilla como único equipaje, un cúmulo de ilusiones y un frasco de Goudron de Gullot, específico francés que me regaló mi amigo, el farmacéutico don Juan Bonald, muy afamado en Madrid por sus célebres pastillas para la tos, al despedirme de él en su farmacia de la calle de la Gorguera, que empecé a tomar al llegar a Salamanca en la forma que él me indicara, y que, a los pocos días, me curó completamente de mi afección, reliquia de mis oposiciones, despidiéndome de mi Madrid, con lágrimas, mezcladas de amargura y de alegría. Iniciaba mi libre lucha, en el mundo.
14 EN SALAMANCA
En toda la noche no pude pegar ojo, resistiendo a las dos de la madrugada la espera desesperante en Medina del Campo, hasta la salida del tren a Salamanca, a cuya estación llegamos a las cinco, conduciéndome un mozo de hotel al Parador de los Toros, situado en la preciosa plaza Mayor, donde, tradicionalmente, se hospedan los toreros cuando venían a actuar en sus célebres corridas de feria, como Mazantini, el Guerra, Lagartijo, Frascuelo, Reverte, los Bombitas, etc.
Todos ellos se hospedaban en el histórico parador y a su puerta se agolpaban los curiosos, para verlos salir y tomar sus coches ataviados con sus espléndidos trajes de luces.
Me llevaron a una habitación, sin lujo, pero muy limpia. Me aseé un poco y me metí en la cama, descansando un poco y haciendo tiempo hasta la hora en que la biblioteca se abriera.
Me encaminé hacia la histórica universidad, subiendo la amplia y artística escalera que sube al segundo piso, donde está instalada la biblioteca. El porteromozo, Isaac, me recibió muy amable y respetuosamente, pasándome al despacho del jefe, que aún no había llegado, pero que no tardó mucho en hacerlo.
Enterado de quién era don Agustín Bullón,48 quien, además de regir la biblioteca, era una de las más destacadas figuras en la política provincial, me dio la bienvenida con ese franco cariño castellano, llamándome «compañero», interesándose por mi hospedaje y ofreciéndose para cuanto necesitase, incluso dinero, enseñándome las dependencias y salones de la biblioteca, célebre por su riqueza bibliográfica, de la vetusta universidad, señalándome mi mesa de trabajo, empezando seguidamente a prestar mis servicios como si llevase en ella largo tiempo, de tal forma que, a los pocos días, don Agustín descansaba sobre mí en el régimen del salón de lectura, por el que desfilaron gran número de catedráticos para conocer al nuevo bibliotecario, un muchacho muy joven, cuyo semblante rebosaba de entusiasmo, por hacer honor a su cargo, al tribunal que le había propuesto y al cuerpo facultativo del que ya formaba parte.
Mi trato con aquellos venerables profesores, encanecidos en el estudio de sus respectivas disciplinas para la enseñanza a sus alumnos, me inició en un mundo nuevo, un ambiente de vida exenta de los diarios vejámenes a los que estaba acostumbrado, lo mismo que de glaciales e injustas indiferencias, sino, por el contrario, con ofrecimientos y consideraciones sinceros, por personas de verdadera solvencia moral, empezando por e1 rector, don Mamés Esperabé,49 completados, además, por el cariñoso respeto que me mostró el cuerpo de bedeles y mozos, encabezados por el popular conserje Domingo Pascual.
Entonces me propuse estudiar por enseñanza libre la carrera de Derecho, principalmente para satisfacer los deseos reiterados de mi madre y de don Tomás, pero surgió un hecho en la apacible vida universitaria cuyas derivaciones dieron al traste con mis nuevos y nobles propósitos.
Yo había entablado amistad con la personalidad de mayor relieve entre el profesorado universitario, el vicerrector de la Universidad, a quien tanto le debía, don Mariano Arés y Sanz,50 no solo por las simpatías que atraían mi juventud y la cumplida correspondencia a mi responsabilidad profesional que, en el servicio al público, cumplía con una seriedad impropia de mis pocos años, pero, al mismo tiempo, con una afabilidad y el mejor deseo de servir y complacer a los lectores, СКАЧАТЬ