Mis memorias. Manuel Castillo Quijada
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Название: Mis memorias

Автор: Manuel Castillo Quijada

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: LA NAU SOLIDÀRIA

isbn: 9788491343318

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СКАЧАТЬ estudiantiles de la facultad, en los que surgían estruendosas carcajadas.

      Súpolo Ovejero, y una mañana, antes de entrar en las clases, recriminó a su espontaneo crítico en forma airada, terminando la discusión cambiándose algunos mamporros, no pasando a mayores gracias a la intervención de los espectadores de la bronca, pero no impidió que surgiera un lance de caballeros, vulgo desafío, nombrando cada uno de los contendientes a sus respectivos padrinos.

      Uno de estos era Paco Navarro Ledesma, que luego fuera el gran biógrafo de Cervantes, y que pertenecía a los del crítico de los versos, que se encargó de dirigir las discusiones para el encuentro de los contendientes, que acordaron, por unanimidad, que el duelo se verificase en los terrenos que había ocupado el antiguo Saladero, ocupados hoy por la amplia calle de Sagasta, escogiendo como las armas más adecuadas los puños de los dos rivales.

      Y, en efecto, los cuatro padrinos con sus representados se reunieron en la puerta de la Universidad a la temprana hora convenida, marchado con un solemne silencio por la calle Ancha hacia la Puerta de San Bernardo, pero al pasar por la fuente adosada a la fachada de un convento de monjas, llamada de «los once caños», atendiendo al número de estos, que lanzaban continuamente abundante agua en el largo pilón de piedra, los padrinos mandaron hacer alto llamando a sus representados, tomando la palabra Navarro, que, con voz solemne, les dijo: «Señores, los padrinos han acordado, por ambas partes, que los dos caballeros que van a ventilar su querella en el terreno del honor, que antes de seguir adelante hacia el lugar señalado para el duelo, ha de beber, cada uno, en nuestra presencia, un trago de agua de cada caño de esta fuente».

      Ovejero y su contrincante no pudieron disimular su sorpresa ante la seriedad de sus padrinos al dar a conocer tan rara condición, pero dándose cuenta de la guasa de que eran objeto quisieron arremeter contra estos, que ya no pudieron contener la risa, terminando así el famoso duelo… antes de principiar.

      Sin embargo, Andrés Ovejero, más tarde, en su carrera de arribista «se arrimó» a Navarro Ledesma, cuando el conde de Romanones fue ministro de Instrucción Pública, y encargó a este la confección de las reformas al plan de Segunda Enseñanza, que llevan su nombre, evidentemente, el más sensato y pedagógico de cuantos se hicieron por su profundo conocimiento del problema. De esta manera, Ovejero aprovechó aquella circunstancia para cultivar la amistad con el ministro, logrando que este le ingresara en el escalafón de institutos, sin oposición, pasando por encima de la ley, nombrándole para el Instituto de Segunda Enseñanza de San Juan de Puerto Rico, entonces aún colonia de España, tomando posesión de su cátedra en Madrid, sin jamás ocuparla y aprovechándose de la catástrofe colonial y del derecho preferente que se concedió a los catedráticos de ultramar de ocupar cátedras de la misma categoría en la península, fue nombrado titular del Instituto de Cádiz, en el que tampoco puso los pies, logrando que se creara una cátedra de Historia del Arte en el Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras, para que un tribunal, escogido ad hoc, le diera la mencionada cátedra de nueva creación, en cuya oposición no tuvo contrincante. Más tarde, en su camaleónica carrera política, ingresó en el Partido Socialista, para ser elegido diputado provincial de este por Madrid, que siempre fue el campo de sus especulaciones, quedando en la Corte, sin que el triunfante falangismo le molestara en lo más mínimo.

       8 VELEIDADES DE UN CATEDRÁTICO

      Entre los del primer curso de la facultad descollaba, por su competencia y por su vocación y entusiasmo, el profesor de Literatura General, Dr. don Antonio Sánchez Moguel,31 solterón empedernido, dotado de muchas rarezas, que vivía con su anciana madre y cuyas rarezas de carácter soportaban unos y otros no, autoritario y atrabiliario, lo que motivó más de una vez censuras en el Ateneo y enemigos personales que transcendieron a la prensa, como ocurrió con su compañero, el catedrático de Oviedo Dr. Leopoldo Alas (Clarín) y con otros, y no pocos disgustos que sufrió, dentro de la Universidad, y violentos muchos de ellos entre compañeros a los que quería imponer su voluntad y más de una agresión por parte de estudiantes atropellados por él tras su inmunidad docente.

      Al iniciarse los exámenes de fin de curso, formaba tribunal con don Nicolás Salmerón y don Manuel María del Valle, a quien la cátedra no le interesó nunca, especulando más en la política, y al despedirse, don Antonio, con la mayor tranquilidad, nos dijo que como se iniciaban los exámenes con el de Literatura tuviéramos en cuenta que la nota que sacásemos, en esta su asignatura, sería la misma que, posteriormente, obtendríamos en las otras dos materias.

      Y así sucedió, sin saber nosotros de qué mañas se valdría, dada su habilidad y su audacia para imponer su voluntad, cosa que a mí me perjudicó mucho, sirviéndome de lección para el futuro. Yo me había hecho una ilusión, con fundamento para ello, la de sacar sobresalientes en las tres asignaturas, pero como los exámenes empezaban el día primero de junio y la última cátedra y lección explicada se efectuaban el día treinta y uno de mayo, el tiempo me faltó para preparar bien las tres últimas lecciones del programa, que se componía de 67 lecciones, y no pude más que mirar por encima los apuntes, confiándome en lo que recordaba de las explicaciones habidas en clase. Y así marché, alegre y confiado, a los exámenes en que, por lo menos, dos lecciones sacaría, entre las 60 anteriores, pero ¡cuál fue mi espanto al sacar de la bolsa las bolas correspondientes a las lecciones 65, 66 y 67!

      No perdí la serenidad que, en casos como aquel, nunca me faltó y a la que debo gran parte de los éxitos de mi carrera. Comprendí que había perdido la partida, derrumbándose mis ilusiones, defendiéndome heroicamente y como pude, con lo que recordaba de las últimas explicaciones, no logrando sacar otra nota que la de aprobado, no muy justa, por la actitud del catedrático, pero que no dejó de satisfacerme, ante el panorama catastrófico anunciado por este. Me examiné, días después, de Historia Universal y de Metafísica, que, para todos los alumnos, era el verdadero «coco»; hice muy buenos ejercicios, esperando las mejores notas… pero, cumpliéndose los pronósticos de don Antonio, secretario del tribunal, no saqué más que dos aprobados, suscritos con su firma, cumpliéndose así sus vaticinios con todos sus alumnos.

      De todos modos, saqué a flote todo el curso, quedando libre para las vacaciones veraniegas, que pasaría en la finca que el colegio poseía en El Escorial.32

       9 CALVARIO ESCURIALENSE

      Pero ¡qué equivocado estaba! Al poner los pies en aquel lugar que mientras estuve en el colegio fue motivo de infantil esparcimiento, inicié tres meses de inhumano calvario, colmados de sufrimientos, materiales y morales, que cambiaron en lo sucesivo mi carácter, de jovial y voluntarioso al cumplimiento de la menor orden, en retraído y desconfiado.

      Al salir de Madrid, el director, señor Fliedner, me leyó una carta escrita por un catedrático de la Universidad alemana de Erfurt, en la que le interesaba obtener la copia de un manuscrito griego que existía en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial, original de un filósofo de aquel clásico país, llamado Numenius,33 que trata sobre la naturaleza de las cosas.

      Como acababa de examinarme del primer curso de Lengua Griega, leía perfectamente la escritura de este idioma, y, desde luego, acepté la invitación del director a copiarlo, sin saber a lo que me comprometía, considerándome como un hombrecito. Y, efectivamente, al día siguiente de llegar a El Escorial me encaminé al monasterio célebre provisto de la signatura del manuscrito remitida por el profesor alemán, entrando en la sala de manuscritos, conocida entre los bibliófilos con el nombre de «Juanelo», de la que estaban encargados los frailes agustinos, que lo están, además, de todo el monasterio.

      Pregunté al fraile que estaba al frente de la Sección de Manuscritos si estaba allí el que me interesaba, enseñándole su signatura. Consultados los índices, me contestó afirmativamente, volviéndome a casa después СКАЧАТЬ