Название: Mis memorias
Автор: Manuel Castillo Quijada
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: LA NAU SOLIDÀRIA
isbn: 9788491343318
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Estando, otra vez, de temporada veraniega en El Escorial, un día de San Lorenzo, patrono del pueblo, ambas hermanas decidieron ir a los alrededores del célebre monasterio, ocupados por una gran multitud de romeros casi en su totalidad madrileños. Como siempre, la víctima de su compañía había de ser yo, bajo mandato, naturalmente, misión que cumplí desde el pueblo, durante el kilómetro y medio que le separa hasta el monasterio. Llevaban unos vestidos llamativos, por lo raros y mal confeccionados. Pero aquel día se les ocurrió comprarse unos sombreros de paja ordinaria de alas anchísimas, que solo usan los segadores para defenderse del sol. Los «adornaron» con un amplia banda de tul blanco colgando por detrás en un gran lazo, cuyas puntas caían sobre sus espaldas. Iban, las pobres, matadoras y bien ajenas a lo que les iba a ocurrir. En cuanto nos metimos entre la multitud, ellas delante y yo detrás, a respetable distancia, se armó una verdadera revolución, sobre todo por la inestabilidad de los célebres sombreros, hasta el extremo de costarles verdadero trabajo salir de aquel atolladero y emprender la huida, retornando al pueblo, a paso acelerado, sin que yo pudiera entender sus coléricas censuras, porque las proferían en alemán.
No olvidaré nunca la pesada losa que gravitaba sobre mí, de aquellas desgraciadas que, después de no tener que agradecer nada a la naturaleza, recargaban su fealdad con sus ridículas rarezas, que, además, irradiaban sobre los que, obligatoriamente, habíamos de acompañarlas.
7 EN LA UNIVERSIDAD
Realmente, la vida universitaria representa para el estudiante del bachillerato que ha cursado en el instituto, año tras año, esta etapa de la enseñanza, a pesar de su entrenamiento preuniversitario, una verdadera novedad, y mucho más para mí y para los que jamás habíamos respirado el ambiente de libertad personal, respetada por profesores y bedeles, sino, por el contrario, cuando la vida anterior, como la mía, había tenido el carácter de reclusión y aislamientos, vigilados y duros.
Yo era casi un niño, el verdadero benjamín de mi curso, y, hasta de la universidad, destaque conservado en mí tanto en mi profesión de bibliotecario como al ingresar en el escalafón de catedráticos, pues fui el más joven en ambos escalafones. Los primeros días de clase quedaba deslumbrado ante la alegre algarada de mis nuevos compañeros de estudios, procedentes de todas las regiones de España que, con los madrileños, desde los primeros días en los que espontáneamente hacíamos nuestras mutuas presentaciones, formamos una compacta y fraternal piña, tanto de apoyo como de caballeroso y leal compañerismo, de tal suerte que cuando surgía algún incidente lo vetábamos en un ambiente de convicción, reforzado por una actitud resuelta por parte de todos.
Esa confraternidad creó entre nosotros estrechos lazos de integridad cuya fuerza ha resistido los años, las ausencias y los azares de la vida, tratándonos como iguales en el orden social, a pesar de estar representadas entre nosotros todas las categorías, desde la del opulento aristócrata, hasta el modesto estudiante que, con su diario trabajo, sostenía su carrera y su vida, ayudado por sus familiares, o de los pobres como yo, humildemente vestidos y agobiados de privaciones.
Todos, como digo, éramos iguales en nuestro diario trato, aunque, tácitamente, reconocíamos la superioridad de los mejor dotados o de mayor aplicación. Más de una vez algún compañero, título de Castilla, como el conde de Cerrajería, al salir de clase nos invitaba a llevarnos a casa en su magnífico landeau, tirado por dos magníficos caballos y servido por un cochero y un lacayo uniformados con tal diferencia que, al lado de nuestra modesta indumentaria, parecían potentados señores. Sin embargo, nos abrían la puerta del carruaje, chistera en mano, cuando entrábamos o salíamos de él.
De aquella generación académica salieron hombres destacadísimos, literatos, poetas, historiadores, políticos, críticos, filósofos, escritores, periodistas, investigadores, etc., que han honrado y honran a España y que han dejado esplendorosa estela en la historia de su cultura. Francisco Navarro Ledesma, Ramón Menéndez Pidal, Manuel Fernández Navamuel, José Rogerio Sánchez, Rufino Blanco, José Verdes Montenegro, Andrés Ovejero Bustamante, Adolfo Valdés, que atravesando el mar debía de ser creador de la Industria Mexicana, Marcelino Fernández y Fernández, su paisano, y tantos otros que honraron la patria y a su inolvidable universidad.
Nuestra facultad contaba con un claustro de catedráticos envidiable, todos casi en su totalidad de edad más que madura, llegados a la cúspide del profesorado después de pasar muchos años haciendo méritos en otras universidades unos, y otros por méritos propios, como don Marcelino Menéndez y Pelayo, [Manuel] Sánchez de Castro, [Nicolás] Salmerón, [Manuel] Pedrayo, Amador de los Ríos, etc. Figuraban, entre los primeros, el gran humanista y sacerdote que cambió sus hábitos por la toga, don Lázaro Bardón, catedrático de Lengua Griega, que fue rector de la Universidad durante la Primera República, y su compañero don Alfredo Adolfo Camús, a quien sus ya incontables años no habían aminorado, en nada, sus vastos conocimientos en su disciplina de Literatura Griega y Latina, que nos explicaba «cuando le dejábamos», de tal forma que se llenaba la cátedra, muchas veces, de compañeros de otras facultades para gozar en sus explicaciones. Fue compañero de armas y fatigas en su juventud de Espronceda, Quintana, Nicasio Gallego, Jovellanos, Larra y Zorrilla, de quienes nos hablaba con emocionada fruición, intercalando algunas aventuras juveniles corridas con ellos. Completaban el cuadro de tan excelentes maestros Morayta, Fernández y González, Longué, Sánchez Moguel, Valle, Ortí Lara, etc.
Como siempre, la rápida observación y el fino ingenio del alumnado formaban un discreto y atinado criterio del valer de nuestros mentores pero, sin embargo, todos ellos eran objeto del mayor respeto dentro y fuera de la cátedra por parte de todos, sin la menor excepción. Cuando nos cruzábamos con ellos, donde fuera, nos descubríamos respetuosamente, sin jamás atrevernos a dirigirles la palabra, y si se daba ese caso, iniciado por ellos, generalmente nos acercábamos en grupo, a guisa de comisión, permaneciendo descubiertos durante toda la entrevista.
Inicié mi vida universitaria con un incidente ruidoso de carácter colectivo que se produjo en los primeros días del curso, producido por el discurso de apertura leído en el acto de inauguración del curso académico por el catedrático de Historia de España don Miguel Morayta, en el que haciendo un estudio del reinado de los Reyes Católicos se metió con la Inquisición, con el fanatismo religioso y censuró la expulsión de los judíos, considerándola como un error político. Debe hacerse constar que el excelso catedrático era liberal, republicano y masón de alta categoría.
Los elementos reaccionarios empezaron a moverse, como siempre, en la sombra, encontrando a los estudiantes de su cuerda como materia maleable para emprender una campaña de protesta contra el maestro, y un día nos sorprendió la visita de una comisión, formada en la Facultad de Derecho30 […] [Hoja desaparecida en el original].
[…] interesado en ponerse al lado de Matilde, en el primer banco donde ella se sentaba, que dio motivo a alegres comentarios en la Universidad durante unos días. Había publicado un pequeño libro de poesías, muy medianas, dedicadas a un su tío que debía de ser su protector, y un estudiante del Preparatorio de Derecho, listo y nervioso –que más tarde llegó a ser un gran orador de mitin, republicano, de verdadera СКАЧАТЬ