Название: Mis memorias
Автор: Manuel Castillo Quijada
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: LA NAU SOLIDÀRIA
isbn: 9788491343318
isbn:
Como don Tomás continuaba en El Vellón ejerciendo su cargo, solterón y medianamente atendido en casa de un vecino del pueblo labrador, la familia le aconsejó que pusiera casa y que mi madre que fue siempre el paño de lágrimas, en el sentido afectivo de aquella agradecida familia, se hiciera cargo de la casa y le tuviera a su cuidado, como así ocurrió durante muchos años, hasta su fallecimiento, cuando todos los que formaban la familia Vera-Sanz consideraron irreparable la desgracia para todos y especialmente, para el médico, que, muy pronto empezó a sentir los perjuicios en sus intereses, al extremo de decidir, por consejo de la familia, casarse con una prima que en su juventud fue novia suya, persona bien educada pero que cometió el error de aislarse de toda la gente del pueblo, pasándose, además, largas temporadas en su pueblo, Torrelaguna, con su familia, dejando solo a su marido, provocando, todo ello, serios disgustos matrimoniales, extravíos del cónyuge que finalizaron en una avenida y conveniente separación, sobre todo para él, que con el casamiento no había resuelto, nada, sino todo lo contrario. Porque en vida de mi madre, que trataba con todo el mundo, la casa de don Tomás estaba muy concurrida por la atracción de las simpatías a mi madre, donde todo el mundo gozaba de la mejor acogida y donde no se desdeñaba a nadie si se le podía favorecer en algo, mientras que, desde el desdichado casamiento, cambió del todo la decoración, echando todo el pueblo de menos a doña Agustina, tan popular, por ser la madrina de muchos de sus hijos.
Pero, retrotrayendo los hechos a mi historia de colegial, diré que, desde la partida de mi madre cuando se ausentó de Madrid, estuve seis meses sin saber nada de ella, menos lo que me quería decir de paso el director del Colegio, de acuerdo con mis profesores, que se había ausentado, sin decir a dónde, provocándome la noticia tal situación de ánimo que llegó a preocupar a todos, incluso a don José Ríos. Y un buen día don Federico, en una de sus visitas al Colegio, me llamó muy cariñoso y me entregó de un golpe… cinco cartas de mi madre que intencionadamente me había retenido y que gracias, según supe después, a una enérgica carta que le dirigió mi madre en la que le decía que ella, haciendo el mayor sacrificio de su vida, había cumplido exactamente su compromiso, pero que considerase que, en lo convenido, no figuraba el no saber de él nada en absoluto, de su hijo, al que escribía una carta cada mes y le mandaba un sello para la contestación, que no recibía desde que se marchó, haciendo pasar tanto tiempo, lo que suponía un duro e injusto castigo, para mí y también para ella, que no merecíamos, lo que la obligaría a trasladarse a Madrid para verme.
Leí, con la ansiedad que es de suponer, aquellas tan esperadas cartas de mi madre, acariciándolas, besándolas y cubriéndolas de lágrimas de ternura, no dejando de consolarme algunos obsequios que me enviaba de chorizos, farinatos, etc., preparados por ella, como dulces y pastas, también obra suya, como excelentísima cocinera y repostera que era, notándose mi cambio de conducta y mi retorno a la docilidad y aplicación y, lo que era más importante en aquella dura prueba, a acostumbrarme a toda clase de contrariedades que tanto habían de aumentar en adelante.
4 MI BACHILLERATO
Entre mis compañeros del internado había dos que conservábamos una verdadera y fraternal amistad que ha durado toda nuestra vida, larga para los dos, y para otro que no estaba en el colegio, pero que ambos conocimos en la universidad, y que solo ha podido interrumpir y romper la muerte. Dos ingresaron también en la facultad, mayor que yo uno procedente de Valladolid y huérfano de padre y madre, llamado Federico Larrañaga, y el otro, al que escasamente llevaba yo dos o tres meses, venido con sus padres, don José Marcial y doña María Dorado de Marcial, y sus cuatro hermanitas, que se llamaba Pepe Marcial Dorado, familia que me dedicó hasta la muerte su mayor cariño, realmente familiar, que siempre se sostuvo ininterrumpido y a la misma altura, a través de tantos años.
Por acuerdo del Patronato del Colegio que residía en Berlín y con objeto de dar mayor expansión a la labor docente que se desarrollaba en el colegio, hasta entonces reducida solo a la primaria graduada, se iniciaron los estudios de la segunda, ingresando nuevos profesores y eligiendo para los nuevos estudios a los alumnos más adelantados del grado superior, estudiando, en conjunto, todas las asignaturas que figuraban en el plan de estudios del bachillerato de entonces, para examinarnos por enseñanza libre en el Instituto del Cardenal Cisneros, figurando dos compañeros mayores en la primera tanda, saliendo airoso Federico Larrañaga y fracasado y desistiendo de continuar el otro, Manolo Fernández Morillo, hijo de una pobre viuda que para sostenerse tenía que trabajar todo el día, teniendo puestos los ojos en él, como última esperanza, pero que tuvo que salir del colegio… por esa causa para martirio de su pobre madre y para su propia perdición, como tiempo antes le había sucedido a nuestro compañero y mi vecino, Pepe Viñerta.
Federico, cuando terminó el bachillerato, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Central, por cuenta del colegio, instalándose en el domicilio del director, por resultar incompatible la vida reglamentaria del internado bajo la férula de don José Ríos con los nuevos deberes académicos que tenían que sujetarse a la vida universitaria, con no poca emulación por parte de los que seguíamos en el colegio con nuestra reglamentaria y monótona vida de recluidos.
Dos años después se seleccionó una nueva tanda, más numerosa, de aspirantes a bachilleres, con cuatro alumnos, entre los que yo figuraba, que habríamos de luchar primero con la reforma durísima y sin precedente, publicada en la Gaceta, siendo ministro de Fomento el marqués de Pidal,25 perteneciente a la más extrema derecha del Partido Conservador, y entregado en cuerpo y alma a las órdenes religiosas que explotaban con decidido apoyo de él, la enseñanza colegiada, modificación radical en el sistema de pruebas examinadoras, que, descaradamente, tendía a hacer a su parecer la enseñanza libre, haciéndola imposible, por verdadera asfixia esa clase de enseñanza propia de la gente humilde que no contaba con los medios económicos para llevar a sus hijos al instituto o a los colegios particulares incorporados a él.
Consistía la nueva forma de exámenes, solo en esta clase de enseñanza, en hacerlos por escrito, con aislamiento absoluto, por reglamento, siendo rigurosamente vigilados. Los examinandos, mientras hacían los ejercicios que habían de juzgar siete jueces, catedráticos del instituto en su mayoría, figurando además en el tribunal un académico y una persona ajena a la enseñanza, designada por el ministro, quienes, con una rigidez inusitada y sin precedente y con manifiesta arbitrariedad, pues sabían el papel que se les había adjudicado, cumplían y culminaban el objetivo del nuevo sistema, con el apoyo del director del instituto, don Francisco Commelerán, siempre al servicio interesado de los autores de aquel desaguisado que no dejó de ser comentado por la prensa liberal; tanto es así que a los dos años, al caer del poder el Partido Conservador y sustituirle el Liberal, con Sagasta se anuló inmediatamente de un plumazo, borrando aquel escandaloso atentado clerical contra la enseñanza libre, porque era una conquista liberal de la que no podía excluirse de ese derecho a los alumnos de clases humildes, tan ciudadanos como los demás y entre los que había verdaderos valores que se perderían por la falta de medios económicos para asistir a las clases del instituto, y, menos, a los colegios particulares, reservados a los pudientes y cuya mayor parte estaban bajo la jugosa especulación de las órdenes religiosas.
Recuerdo que después СКАЧАТЬ