Las desesperantes horas de ocio. Jorge Humberto Ruiz Patiño
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СКАЧАТЬ de Roger Chartier (2004) y David Harvey (2003, 204-218).

       FIESTA REPUBLICANA Y DIVERSIÓN

      En 1849 se conmemoró, por primera vez mediante disposición normativa, el aniversario de la Independencia en la ciudad de Bogotá.1 Aunque en años anteriores se hicieran otros intentos de celebración, la fiesta del 20 de julio de ese año tuvo un significado especial.2 Según Marcos González, dicha fiesta constituyó “la primera celebración del partido liberal triunfante” durante los años posteriores a la guerra de los Supremos, entre 1839 y 1841 (González 2012, 234), a partir de la cual comenzaron a delinearse las fronteras entre los partidos Liberal y Conservador (Palacios y Safford 2002). Con esta conmemoración, continúa el autor, el liberalismo buscó vincular su ideario político a la memoria de la lucha de independencia, al mismo tiempo que interpelaba a los sectores populares como parte de su proceso de legitimación política y social (González 2012, 240). La relación entre el festejo de Independencia y el ideario liberal está expresada en el siguiente pasaje de un documento publicado en 1849, en el que se describen los distintos eventos de la celebración en ese año:

      He aquí por qué el 39 aniversario de nuestro Gran dia3 ha sido uno de los que con más pompa i solemnidad ha celebrado la capital de la República. Consolidada la paz, elemento indispensable de vida para los pueblos i condición esencial para su prosperidad; asegurado el orden público, imperando la lei y nada más que la lei, rejido el país por una Administración popular, obra de una inmensa mayoría; por una Administración a cuyos actos preside la buena fe, la pureza de sentimientos, i el deseo de hacer el bien; el pueblo que nada más apetece, que nada más necesita, porque le bastan estas condiciones de bienestar; se entrega al goce de los bienes presentes, i se anticipa la risueña ilusión del porvenir […]. Bien merece tan grande objeto que se le consagren exclusivamente algunas páginas, que circulando en toda la República i aun fuera de ellas hagan ver la pompa y el decoro con que el Gobierno ha propendido a solemnizar el glorioso aniversario de nuestra existencia política, unido con el pueblo siempre liberal, siempre ardoroso i entusiasta por la causa de su Independencia i libertad, i por el triunfo de la democracia. (20 de julio Fiestas Nacionales 1849, 3)

      La elección del liberal José Hilario López como presidente el 7 de marzo de 1849 fue posible gracias a una alianza entre el sector joven letrado del Partido Liberal y la Sociedad de Artesanos, organización gremial que inicialmente aglutinó al artesanado bogotano, fundada en 1847 como respuesta a la política librecambista del gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849). Aunque los jóvenes liberales abrazaban el librecambio, la alianza entre estos dos sectores se gestó desde su ideario político —no económico— (König 1994), pues los principios de la Revolución francesa recuperados por la élite liberal a partir de la Revolución de 1848 —especialmente aquellos de fraternidad y libertad— permitieron interpelar efectivamente al artesanado (Palacios y Safford 2002).

      De este modo, la conmemoración de la Independencia como fiesta ritualizada permitió sintetizar, al menos temporalmente, la negación del pasado colonial con el ideario político liberal y las expectativas políticas del artesanado como fundamento del poder político. No en vano los actos celebratorios de dicho 20 de julio estuvieron acompañados con la manumisión de cuarenta y cuatro esclavos, la bandera nacional en alto —tanto en edificios del gobierno civil como en iglesias— y una procesión en la que la imagen de Santa Librada, protectora del artesanado colombiano, estuvo acompañada por el presidente de la República y una comitiva de la Sociedad de Artesanos (González 1998, 67).

      En relación con lo anterior, un elemento que Marcos González no identifica plenamente es el ámbito de legitimidad que el liberalismo entró a disputar a la Iglesia católica. El autor resalta el vacío que llenó la fiesta del 20 de julio respecto a la representación del orden jerárquico social que se expresaba durante las fiestas civiles en honor a las autoridades coloniales, pues a partir de la fiesta patria y del control del espacio-tiempo festivo —como él lo llama—, “los homenajes y tributos rendidos durante la Colonia a los representantes del poder monárquico [girarán] ahora en torno a los gloriosos héroes de la emancipación” (González, Jaimes y Rodríguez 1994, 214).

      Pero lo que este autor no observa es que el liberalismo, como parte de su anticlericalismo, al excluir de la fiesta patria al poder religioso contrapuso a las fiestas religiosas el ritual republicano.4 No se trató únicamente de ocupar un vacío de representación dejado por una constelación de poder ya obsoleta, sino de una lucha por la representación del orden social presente poscolonial. Las jerarquías sociales, entonces, además de ser recreadas por las fiestas religiosas en cabeza de la Iglesia católica, también se expresaron por medio de las fiestas patrias fomentadas desde el Estado. En este contraste aflorarán las posiciones ideológicas de cada partido respecto a su contraparte.

      El calendario festivo heredado de la Colonia, sofisticado instrumento que regulaba la actividad social con la definición de los días de descanso y trabajo, y que marcaba el ritmo de la ciudad —en cuanto a la emotividad social— con la distribución del año en periodos disruptivos y no disruptivos de la cotidianidad, se amplió con la incorporación de la celebración de la Independencia. Esta inserción adicional implicó que se formara una tensión en la definición de las fronteras relacionadas con las categorías de pasado, presente y futuro, pues todo acontecimiento consignado en un calendario, además de estar inscrito en una posición de antelación o sucesión respecto a otros acontecimientos, puede expresar también los hitos con los que una sociedad cualquiera determina la extensión de su presente en relación con la experiencia pasada de la cual se alimenta.

      De esta forma, a la concepción de un pasado mítico-religioso que se repite cíclicamente e informa de esta manera al presente, se agregó otra que definió los límites entre el pasado y el presente desde acontecimientos de tipo político, con lo cual todos los hechos anteriores a la guerra de Independencia conformarían el tiempo pasado, mientras que los hechos posteriores a ella harían parte del tiempo presente y abrirían las puertas a la formación de expectativas futuras. La oficialización de la celebración de la Independencia, entonces, además de constituir una disputa por la representación del orden social, indicaba también una lucha por el ordenamiento temporal de la sociedad, aspectos que de ninguna manera estaban desligados.

      En 1880 termina la “era liberal”5 con la elección de Rafael Núñez como presidente de la República (1880-1882) y con el inicio de la Regeneración, régimen político que va desde dicho acontecimiento hasta el comienzo de la guerra de los Mil Días (17 de octubre de 1899). Durante este régimen, caracterizado por legitimarse a partir de una crítica al liberalismo radical y por el desarrollo de políticas opuestas a las reformas liberales de los años anteriores,6 continuó celebrándose la fiesta de la Independencia y se incorporaron otros nuevos festejos al calendario como parte de la disputa por la representación del orden social y político. Las dos festividades más importantes de las dos últimas décadas del siglo XIX fueron el centenario del natalicio de Simón Bolívar, en 1883, y la conmemoración del cuarto centenario de la llegada de Cristóbal Colón al continente americano, en 1892.

      Según Amada Pérez (2010), la conmemoración del natalicio de Simón Bolívar y la asociación entre la imagen de Cristo y la de aquel como mártires abandonados por su pueblo en el momento de su muerte permitió a la Regeneración conciliar la Independencia con los valores hispanos, considerados por este régimen como el mejor instrumento para integrar la nación y mantener el orden social. Dicha conciliación se buscó estrechar también a partir de la asignación de una doble paternidad a la patria, la de Colón, como primer padre, y la de Bolívar, como gestor de la nación (Pérez 2010, 78). La recuperación de la figura de Colón se consolidó con la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América, fiesta que, según Marcos González (2012), sacralizó los legados del hispanismo, representados principalmente en la religión СКАЧАТЬ