Las desesperantes horas de ocio. Jorge Humberto Ruiz Patiño
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СКАЧАТЬ otra parte, para María Guerrero (2012) los parques y jardines bogotanos se construyeron en medio de una preocupación por la higiene y la recreación sana al aire libre, por lo que dichos espacios tuvieron dos funciones: proveer un mecanismo de purificación del aire y servir de espacios para el paseo de los bogotanos. Al mismo tiempo, dice la autora, la construcción de parques estuvo mediada por la intención de “introducir de forma ordenada la naturaleza dentro de una ciudad en cambio” (Guerrero 2012, 114). Con relación a este propósito, la autora identifica una tendencia racional, caracterizada por su énfasis en el diseño y la simetría del paisaje, y otra de carácter romántico, cuya concepción se basaba en la construcción de parques que simularan el ordenamiento natural de la vegetación en oposición al espacio denso e insalubre de la ciudad (Guerrero 2012, 125-129).

      Un último texto sobre los parques en Bogotá, escrito por Óscar Salazar (2007), se concentra exclusivamente en el análisis del significado de la planeación y diseño de los jardines del Parque Nacional Olaya Herrera en 1938. El autor encuentra que los parques construidos en la ciudad desde finales del siglo XIX fueron concebidos para cumplir cinco funciones específicas: conmemorativa, decorativa, higiénica, recreativa y urbanística (Salazar 2007, 190). Sobre la función recreativa dice que ella hacía parte de un proyecto civilizador que buscaba moldear las costumbres de la población al mismo tiempo que enmarcarlas en esquemas de jerarquización social (Salazar 2007, 194). El autor concluye identificando la brecha existente entre el diseño y la planeación de los parques y los usos que la población hizo de ellos, usos que estuvieron marcados por prácticas culturales populares que tensionaron los propósitos civilizadores de las élites políticas.

      Sobre las chicherías —últimos espacios a tratar en este balance— las investigaciones que versan sobre ellas coinciden en dos aspectos. El primero consiste en su definición como lugares de sociabilidad popular que servían de crisol para la construcción de la identidad social y cultural de las clases bajas en la ciudad, pues allí se cumplían funciones de habitación de trabajadores, de albergue de paso a visitantes y de diversión a buena parte de la población, aspectos que favorecían la creación tanto de solidaridades como de conflictos entre los asistentes (López-Bejarano 2019; Páramo y Cuervo 2006; Vargas 1990).

      El otro aspecto está relacionado con la regulación de la cual fueron objeto por parte de las autoridades coloniales y republicanas. Durante los últimos años del siglo XVII y comienzos del XVIII, dichas regulaciones estuvieron orientadas al control del desorden social identificado con ellas (Vargas 1990), mientras que a finales del XVIII lo que proporcionó el material que sirvió de base para justificar su persecución fue la lucha contra la ociosidad y la intención de fomentar hábitos de trabajo útil entre la población (López-Bejarano 2002; Ojeda 2007). Las anteriores significaciones se mantuvieron durante el siglo XIX y comienzos del XX, pero a ellas se sumaron el alcoholismo, la degeneración de la raza, la criminalidad y la prostitución como ideas asociadas al consumo de chicha y, por tanto, a las chicherías, por lo que su regulación y persecución se expresó como una lucha moral en contra de dichos “males sociales” (Calvo 2002; Hering 2018; Quiroga 2018).

      Acerca de estas investigaciones sobre los espacios de diversión se considera importante la manera en que buena parte del análisis se funda en los cambios socioculturales experimentados desde mediados del siglo XIX por la clase alta bogotana. Sin embargo, se observa una brecha entre el análisis de los cafés o teatros —por ejemplo— y la reflexión sobre los parques bogotanos, lo cual conduce a la pregunta sobre si más allá del gusto burgués es posible encontrar otra clase de conexión entre plazas coloniales, parques y espacios de la llamada sociabilidad burguesa, pues el surgimiento de estos últimos se enmarca —en estos trabajos— en la imitación del gusto burgués europeo, sin dar cuenta de procesos conectados localmente con el desarrollo de dichos lugares y sus diversiones. Por otro lado, los análisis se concentran en un periodo que da cuenta del cambio de siglo, pero no observan relaciones de mayor plazo que puedan indicar elementos analíticos adicionales a la imitación de las prácticas europeas.

      Para finalizar este balance se dirán unas palabras sobre su relación con los propósitos de la presente investigación. La pregunta por las implicaciones del proceso de adopción de diversiones en la élite de Bogotá a finales del siglo XIX se inserta en una discusión directa con la historiografía sobre el ocio en Colombia. En estos trabajos dicho proceso es interpretado como el resultado de la imitación del estilo de vida burgués característico de ciudades como Londres y París, pero si bien esta interpretación puede ser acertada, desconoce cuáles fueron las características del proceso de recepción de las diversiones y si este se produjo de manera armónica —sin sobresaltos— o si, por el contrario, fue un proceso caracterizado por selecciones y resignificaciones de las prácticas, así como por tensiones entre los sujetos que las adoptaron.

      Como consecuencia de lo anterior, al ser analizadas a partir de la imitación sin mediaciones del estilo de vida burgués europeo, las actividades de ocio —esto es, las diversiones— son descritas de forma separada a las dimensiones de espacio y tiempo, las cuales aparecen en las investigaciones como simples receptáculos de objetos y prácticas. No se analiza, por tanto, la forma como se constituyen unos lugares específicos para el ocio (parques, teatros, escenarios) ni la construcción de una idea de tiempo equivalente a dichas actividades. En este sentido, un análisis del proceso de adopción de diversiones en la élite bogotana debe tener en cuenta que aquel no se produjo de forma aislada, sino que fue posible porque de manera imbricada también se desarrollaron transformaciones en los espacios urbanos y en las concepciones de tiempo.

      La desatención de la dimensión de tiempo conduce, entonces, a la aplicación desprevenida de la categoría ocio, y esto genera otro problema. Si esta categoría responde a una relación de tipo temporal derivada del tiempo de trabajo industrial, tal como se usa en las investigaciones comentadas en el balance historiográfico, no es comprensible qué clase de tiempo estaría vinculado al desarrollo de tales actividades por parte de la élite bogotana, puesto que el trabajo industrial aún no se había desarrollado en el siglo XIX. Pero, por otro lado, si se tiene en cuenta que esas actividades no serían de ocio ni ociosas, se crea un vacío respecto al sentido que ellas habrían tenido para dicho sector de la población.

      La respuesta a estos cuestionamientos sobre el proceso histórico y el sentido espacio-temporal de las diversiones de la élite bogotana se podría encontrar en las investigaciones sobre los espacios de diversión y las festividades colombianas. Sin embargo, las conclusiones de las primeras se basan en el mismo argumento de los trabajos sobre ocio, a saber, la imitación del gusto burgués europeo, al igual que desconocen el proceso histórico de constitución de dichos espacios. Por otro lado, la historiografía sobre la fiesta en Colombia aporta elementos valiosos para una compresión que amplíe el marco temporal —puesto que la historiografía sobre ocio se concentra en el periodo comprendido entre 1880 y 1930—, pero, lastimosamente, por las características de su objeto de estudio, en esas investigaciones la reflexión sobre las diversiones queda desprovista de cualquier vínculo con los nuevos divertimentos de finales del siglo XIX. Sobre estas dificultades se han trazado los argumentos que siguen.

       NOTAS

      1 Este asunto será tratado más profundamente en la segunda parte de esta introducción.

      2 Las corridas de gallos y las riñas de gallos eran diversiones de diferente carácter. Las primeras se realizaban especialmente durante las fiestas de San Juan y San Pedro y consistían en quitarle la cabeza a un gallo, ya fuera cortándola con machete —por un hombre o una mujer vendados— una vez el animal estuviera enterrado hasta el pescuezo, o arrancándola, luego de ser colgado aquel de las patas, por hombres que montados en caballos pasaban raudos tratando de agarrar la cabeza con sus manos. Las riñas de gallos, más conocidas que la diversión anterior, se realizaban por lo general los domingos y no necesariamente en festividades. El objeto del juego consistía en hace pelear dos gallos entre sí hasta la muerte de uno de ellos, evento alrededor del cual giraba un gran número de apuestas entre los asistentes.

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