Once escándalos para enamorar a un duque. Sarah MacLean
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Название: Once escándalos para enamorar a un duque

Автор: Sarah MacLean

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: El amor en cifras

isbn: 9788418883118

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СКАЧАТЬ dando órdenes silenciosas e irresistibles a la bestia debajo de ella.

      El duque se sintió invadido por un intenso deseo. Que rechazó casi inmediatamente.

      No era ella. Era la situación.

      Entonces Juliana miró por encima del hombro, y sus ojos azules relucieron al comprobar que él la había seguido. Que le iba a la zaga. Soltó una carcajada, y el sonido viajó con el viento penetrante y con los primeros rayos del sol, envolviéndolo completamente mientras ella se centraba de nuevo en la carrera.

      Simon dio rienda suelta a su caballo, confiriéndole el control. La superó en pocos segundos e inició la amplia curva que reseguía la zona densamente arbolada del parque, atravesando el prado y encaminándose al borde del lago del Serpentín. Simon se dejó llevar por el movimiento, por el modo en que el mundo se balanceaba y deslizaba, dejando tras de sí solo al hombre y su corcel.

      Juliana tenía razón.

      Era una sensación maravillosa.

      Simon echó la vista atrás, incapaz de apartar la vista de ella durante mucho tiempo, y la vio, a varios metros de él, desviarse del sendero que él había elegido y adentrarse sin disminuir la velocidad en el denso follaje.

      ¿Adónde demonios se dirigía?

      Simon tiró de las riendas y su caballo se encabritó para obedecer su orden, dándose la vuelta prácticamente en el aire. Espoleó al animal, y este se adentró en el bosque a escasos metros detrás de Juliana.

      El sol matinal aún no había alcanzado la línea de árboles, pero la falta de luz no le impidió a Simon cabalgar desbocado por el tenebroso sendero apenas visible desde el prado. La agitación se le trabó en la garganta, en parte provocada por la rabia, en parte por el miedo. El sendero serpenteaba delante de él, lo que solo le permitía distinguir brevemente a Juliana y su montura.

      Después de un giro especialmente brusco, se detuvo en la parte superior de una larga y sombría recta, por la que Juliana apremiaba a su yegua en dirección a un enorme tronco caído que bloqueaba el sendero.

      Simon entendió su propósito con alarmante claridad. Iba a saltarlo.

      La llamó por su nombre con un grito severo, pero ella no redujo la marcha ni se dio la vuelta.

      Por supuesto que no.

      Se le detuvo el corazón cuando caballo y amazona se levantaron del suelo grácilmente y superaron el obstáculo con varios palmos de margen. Volvieron a posarse en el suelo y giraron en redondo en el extremo más alejado del árbol. Simon, lívido y furioso, perjuró y se inclinó sobre su montura, desesperado por llegar a su lado.

      Alguien debía atar en corto a aquella muchacha.

      Superó el tronco caído sin mayores dificultades, mientras se preguntaba cuánto tiempo más persistiría Juliana en aquella estúpida persecución. Su ira aumentaba con cada nueva zancada de su caballo.

      Tras una curva, tiró con fuerza de las riendas.

      En mitad del sendero estaba la yegua de Juliana, serena y relajada.

      Y sin su amazona.

      Simon bajó del caballo antes de que este se detuviera del todo. Llamó a Juliana por su nombre, quebrando el sosegado aire matinal, y entonces la vio apoyada en un árbol a un lado del sendero, con las manos apoyadas en las rodillas, tratando de recuperar el aliento, las mejillas encendidas por culpa del esfuerzo y el frío, los ojos brillantes por la agitación y algo más que en aquel momento no tenía la paciencia de identificar.

      Simon corrió a su encuentro.

      —¡Es usted una insensata! —bramó—. ¡Podría haberse matado!

      Juliana no se amedrentó ante su ira; todo lo contrario, su rostro se iluminó con una sonrisa.

      —Tonterías. Lucrezia ha superado obstáculos más altos y traicioneros.

      El duque se detuvo a escasos centímetros de ella, con los puños apretados.

      —Como si se trata del mismísimo corcel del diablo. Ha hecho todo lo posible por sufrir un accidente.

      Juliana descruzó los brazos y los desplegó a ambos lados de su cuerpo.

      —Y, pese a todo, estoy ilesa.

      Sus palabras no sirvieron para tranquilizar a Simon. De hecho, lo enfurecieron aún más.

      —Ya lo veo.

      Juliana arqueó la comisura de los labios, un gesto que muchos hombres encontrarían atractivo. A él le resultó molesto.

      —Estoy más que ilesa. Me siento alborozada. ¿No le había dicho que tenemos doce vidas?

      —Sin embargo, no puede sobrevivir a doce escándalos, y su cuenta no hace más que aumentar. Podría haberla descubierto alguien. —El duque fue consciente del enojo que destilaban sus palabras y se odió por ello.

      Juliana soltó una carcajada, y el radiante sonido de su voz iluminó la umbría arboleda.

      —Solo han sido un par de minutos.

      —Si no la hubiera seguido, podría haber acabado en manos de ladrones.

      —¿A esta hora?

      —Para ellos sería tarde.

      Juliana meneó la cabeza lentamente y dio un paso hacia él.

      —Pero me ha seguido.

      —Cosa que usted no sabía que ocurriría. —No supo por qué aquello era tan importante. Pero lo era.

      Juliana se acercó un poco más, cautelosamente, como un animal salvaje.

      Él se sentía como uno. Fuera de control.

      Respiró hondo y se sintió inundado por su aroma.

      —Por supuesto que iba a seguirme.

      —¿Por qué piensa eso?

      Juliana encogió elegantemente uno de sus hombros.

      —Porque quería hacerlo.

      La tenía al alcance de la mano. Simon flexionó los dedos a ambos lados de su cuerpo, deseando tocarlo, atraerla hacia él y demostrarle que tenía razón.

      —Se equivoca. La he seguido para evitar que se metiera en más problemas. —Juliana lo miraba con esos ojos brillantes y esos labios carnosos en una tímida sonrisa que prometía secretos infinitos—. La he seguido porque su impulsividad es un peligro para usted misma y para los demás.

      —¿Está seguro?

      La conversación se le estaba yendo de las manos.

      —Por supuesto que sí —dijo esforzándose por encontrar pruebas que lo demostraran—. No tengo tiempo para sus juegos, señorita Fiori. Hoy he de encontrarme con el padre de lady Penelope.

      Juliana СКАЧАТЬ