Название: 100 Clásicos de la Literatura
Автор: Люси Мод Монтгомери
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782378079987
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―¡Claro que sí! ―corroboró Jossie, ya más animada―. Yo demostraré que una mujer puede hacer un trabajo tan bien como un =hombre. No quiero reconocer que mi cerebro sea menos valioso que el de ese cabezota, aunque sea algo más pequeñito que el suyo. ¡No quiero!
Teddy no se molestó por la alusión. Al contrario, continuó burlándose de su prima.
―Bueno, bueno. Pero yo de ti no movería así la cabeza. Porque tu pequeño cerebro debe rebotar dentro de ella de un lado a otro.
Para subrayar su broma, Teddy rio a grandes carcajadas. El abuelo intervino:
―Vamos a ver. ¿Cómo habéis empezado vuestra guerra civil?
Ted se lo explicó:
―Estábamos leyendo La Ilíada. Al llegar al pasaje en el que Zeus dice a Juno que si intenta averiguar sus planes le dará unos latigazos, Jossie se enfadó porque Juno se calla sumisamente. Yo le he dicho que me parecía muy bien que obedeciese porque las mujeres, que no entienden mucho de según qué cosas, deben obedecer a los hombres.
―La verdad es que no me convencéis ni tú ni los héroes de Homero. ¡Valientes héroes! Todo lo esperaban de las diosas Palas, Venus y Juno, y ellas, aunque diosas, eran mujeres. No lo olvides, Fred. Yo prefiero héroes como Napoleón y Grant. ¡Esos lo eran de verdad! ―replicó Jossie con ardor.
Tío Laurie intervino con una sonrisa comprensiva.
―Así me gusta, muchachos. Que defendáis con ardor vuestros puntos de vista. Nosotros seremos testigos de vuestra pelea oratoria. ¡Adelante con la polémica!
Pero en aquel momento apareció Jo, reclamando al «león» para la cena. Teddy dudó un momento, pero después siguió a su madre.
Jossie aprovechó la oportunidad para vengarse de las pullas que su primo siempre le lanzaba.
―¡Oh, qué vergüenza! Un soldado que abandona el campo de batalla porque la cena le espera.
Ted encajó bien el golpe. Señalando cómicamente a su madre contestó:
―Si no fueras tan ignorantuela sabrías que el primer deber del buen soldado es la obediencia. Y como el general ha dicho a cenar…, ¡pues a cenar!
En aquel momento entró un joven en la estancia. Estaba muy moreno, vestía un traje azul, y su rostro expresaba una gran alegría.
―¡Ah, de la casa! ¿Dónde se han metido ustedes?
―¡Emil! ¡Es Emil! ―gritó Jossie, y junto con Teddy corrieron a abrazar al recién llegado.
Pronto estuvieron todos reunidos a su alrededor, visiblemente satisfechos de tenerle entre ellos.
El recién llegado fue saludando a todos, feliz y emocionado.
―Realmente, no pensaba poder escapar hoy. Pero se presentó la oportunidad y como veis la aproveché bien. Pero en Plum no encontré ni un alma. ¡Afortunadamente aquí están todos los que buscaba! ¡Qué alegría! ―Y mientras así hablaba, permanecía como centro del grupo, erguido, con las piernas separadas como para conservar el equilibrio en un barco zarandeado por las olas.
―¡Oh, Emil, hueles a brea y a salobre! ¡Me encanta aspirar tu aroma!
―¡Tate, Jossie! Que te veo las intenciones. Deseas saber qué es lo que traigo, ¿verdad? Ahora lo veremos. Pero déjame fondear.
Sin soltar los paquetes que llevaba, Emil tomó `asiento. Luego empezó a distribuirlos formulando animadas observaciones.
―Para Jossie, la impaciente, las flores del mar: este collar de coral.
La muchacha lo recibió con entusiasmo, y se lo puso con presteza.
―El trabajo de las sirenas, para Ondina. ―Con estas palabras entregó una cadenita de plata con nacaradas conchas a la contentísima Bess.
―Daisy será feliz con un violín, ¿no es así? ―Y le entregó un afiligranado broche en forma de violín.
―Ahora le toca al turno a tía Jo. ¿Veis este oso tan bonito? Pues se le abre la cabeza y aparece un tintero.
―¡Muy bien, «Comodoro»! ―aplaudió Jo, verdaderamente complacida.
―Como tía Meg tiene debilidad por las cofias, le pedí a Ludmilla que me comprase unos encajes. Aquí están, espero que te agraden.
Meg tomó aquellos finísimos trabajos casi con veneración.
―Continuemos. Elegir algo para tía Amy es realmente difícil. Tiene de todo y de gusto superior. Espero que le agrade esa miniatura. A mí me recuerda a Bess cuando era chiquitita.
Amy tomó de manos de Emil el ovalado medallón, y lo contempló con satisfacción. En él había pintada una Madona con un rubito Niño en brazos, envuelto en su manto azul. Encantada, se lo colgó del cuello mediante una cintita azul que Bess llevaba para sujetar sus cabellos.
―También para Nan he encontrado el regalo apropiado.
―¿Sí? ¿Qué es? ¿De qué se trata? ―preguntaron todos, intrigados.
―Veréis. Es difícil encontrar un objeto de adorno para un médico. De modo que le traigo eso.
Ante la curiosa mirada de todos hizo balancear unos pendientes de lava, trabajada para darle la forma de sendas calaveras.
―¡Oh, qué horror! ―exclamó Bess a quien repugnaban las cosas feas.
―Pero si Nan no usa pendientes ―aclaró Jo.
―No importa ―continuó Emil sin inmutarse―. Será muy capaz de ponérselos para fastidiaros. Ya sabéis que a los médicos les gusta ir molestando a la gente.
Viendo que los muchachos esperaban también sus obsequios, los tranquilizó.
―Para vosotros traigo una infinidad de chucherías. Las tengo en la bodega. Quiero decir en el baúl. Pero como sabía que las mujeres no me dejarían hablar si antes no las obsequiaba… En fin, ahora vamos a intercambiar noticias. Contadme, contadme.
Tranquilamente sentado sobre la mejor mesa de mármol de Amy, Emil tomó la palabra. Preguntando cosas y explicando otras, estuvo hablando a diez nudos por hora hasta que Jo los llamó a todos para el té familiar que preparó en honor del «Comodoro».
CAPÍTULO III
CONSECUENCIAS DE LA FAMA
En la vida de la familia March no habían faltado sorpresas. Sin embargo, ninguna fue mayor que el inesperado triunfo de Jo como escritora. Como consecuencia de este éxito, Ugly Duckling, «el patito feo», resultó más aún que un bello cisne: se convirtió en una auténtica gallina de los huevos de oro. Porque sin apenas darse cuenta de ello, Jo se vio convertida en una escritora famosa y dueña de una pequeña СКАЧАТЬ