*Noruega en la actualidad tiene un ingreso per cápita equivalente a un 145% del de EE.UU.
Dicho cierre de brechas con el mundo desarrollado vino a través de diferentes estrategias, pero todas implicaron cambios sustantivos en sus matrices productivas. Suecia y Finlandia, por ejemplo, lo hicieron a partir de una rápida transformación de sus estructuras exportadoras que implicó dos momentos. Primero, el establecimiento de una profunda diversificación industrial en torno a sus áreas de ventajas comparativas (principalmente sector forestal y minería), creando manufacturas en torno a los bienes de capital y sectores complementarios, lo que significó un paso de una especialización exportadora en torno a la madera y minería, con bajos niveles de procesamiento, a una especialización en torno a la manufactura. El segundo momento implicó el salto más allá de esos sectores, hacia nuevas áreas intensivas en conocimiento y tecnologías, particularmente las telecomunicaciones y también, para el caso sueco, el sector automotor.
Noruega, por su parte, realizó su transformación a partir de dos pilares. El primero fue establecimiento de una serie de encadenamientos productivos en torno al petróleo, como fue la creación de una industria offshore doméstica de servicios, infraestructura e ingeniería, que permitieron crear una economía interna dinámica e intensiva en conocimiento. El segundo pilar vino a partir de una eficiente gestión pública de los ingresos procedentes del mineral a partir de su fondo soberano, desacoplando la riqueza acumulada del gasto público anual.
Aquellos cambios en las matrices productivas permitieron explicar que Suecia y Finlandia estén dentro de las economías con mayor grado de complejidad económica en 2017. En efecto, en el Índice de Complejidad Económica Suecia y Finlandia ocupan el 5to y 8vo lugar, respectivamente, de un total de 131 economías, mientras que Noruega se ubica en la posición 22vo, siendo la más compleja de las economías petroleras. En contraste, Chile ocupa la posición 61, lo que evidencia que es una economía de baja complejidad.
Ahora bien, uno podría pensar que los casos nórdicos se distinguen del chileno únicamente porque sus despegues se hicieron antes y, por lo tanto, dichos casos son únicamente un espejo de lo que el país puede llegar a ser si continúa con su crecimiento. Chile, de esta forma, sería un país cruzando el mismo camino que los nórdicos, solo que comenzó después y requiere de más tiempo. Sin embargo, cuando dichos países tenían el mismo PIB per cápita que el chileno en la actualidad, sus estructuras productivas, estatales y sociales eran completamente diferentes. Como se desprende de la tabla I.1, la estructura económica ya era considerablemente más compleja que la chilena, mientras que la inversión en I+D era superior. A su vez, el Estado era alrededor de un doble más grande que en Chile (medido como la razón de impuestos a PIB) y, en términos sociales, la fuerza de trabajo estaba considerablemente más sindicalizada que la chilena, mientras que la desigualdad era muy inferior.
Tabla I.1. Indicadores económicos en países con PIB per cápita similar al de Chile en 2016
Chile | Noruega | Suecia | Finlandia | |
I+D/PIB | 0.3 | 1.1a | 2.2 | 1.6 |
Impuestos/PIB | 20.1 | 40.9 | 44.6 | 38.7 |
Gasto público social/PIB | 11 | 15.9 | 24.8c | 23.3d |
Complejidad | -0.86 | 1.2 | 1.88 | 1.69 |
Sindicalización | 17 | 53.6 | 82.2 | 70.6 |
GINI | 44.4 | 26.9b | 22.9 | 22.2 |
Notas: Noruega: PIB p/c año 1977; Suecia: PIB p/c año 1983; Finlandia; PIB p/c año 1987.
a : datos de 1981; b: datos 1979; c: datos de 1980; d: datos de 1990.
Fuente: elaboración propia en base a datos de Maddison Project Database (2018), OECD Stat, Observatorio de Complejidad Económica, World Bank Indicators.
III
La dificultad radica no tanto en desarrollar nuevas ideas,
sino en cómo escapar de las viejas
John Maynard Keynes
¿Qué nos pueden enseñar los casos nórdicos para la tarea del desarrollo chileno? Un elemento en común y decisivo que tuvieron estos casos fueron las diversas funciones que el Estado ocupó a lo largo de sus respectivos despegues. El pensamiento sobre el desarrollo hoy dominante ha asumido un conjunto de premisas que justifican atribuirle al Estado una función única de arquitecto de instituciones que aseguren el libre comercio y protejan la propiedad de los actores que “crean valor” (empresarios). Estas premisas se pueden sistematizar en los siguientes puntos:
1.La creación de valor de una sociedad es materia de una unidad económica (la empresa) en un contexto institucional específico (la competencia de mercado): la innovación en procesos productivos y estructuras organizacionales, junto a la elaboración de nuevos bienes y servicios son resultado de los actores privados que, bajo la compulsión de la competencia, se veían forzados (como dirigidos por una “mano invisible”) a crear nuevas capacidades productivas.
2.El país debía especializarse de acuerdo a sus ventajas comparativas asignadas por el mercado: los sectores que el país debía estimular para su inserción debían ser los determinados por las presiones del mercado conforme a su dotación de factores dados. Lo anterior bajo la expectativa de que esa especialización iría, endógenamente, diversificando las exportaciones para, en el mediano plazo, ir construyéndose nuevas ventajas.
3.El Estado y la sociedad civil son actores pasivos en la dinámica de creación de riqueza: el primero solo debe velar por el respeto a los derechos de propiedad y, si interviene, tiende a generar un efecto de crowding-out de inversiones privadas, mientras que el segundo se asume como un factor productivo más, que junto a otros factores, y guiados por el empresario (quien vía su emprendimiento crea nuevas capacidades), producen bienes.
4.La distribución de riqueza genera un trade-off con su producción o, por lo menos, deben estar distanciadas temporalmente: aquello implicaba la idea de que la distribución de riqueza desestimula la inversión productiva de los creadores de valor, lo que lleva a un estancamiento, o que dicha distribución solo podía suceder posterior a la creación de valor.
Sin embargo, la historia de los despegues económicos de los casos considerados aquí no se amolda a dichas premisas. La creación de valor en estos casos fue tanto una acción de empresas privadas como de activa coordinación, planificación y conducción del Estado. En el caso sueco, el Estado elaboró una arquitectura institucional que estimuló la cooperación con el sector privado cuyo objetivo, a grandes rasgos, era generar competencias tecnológicas domésticas junto a una activa política industrial y científica desde la década de 1960, con el fin de desarrollar nuevos sectores intensivos en conocimientos que fueran el motor del desarrollo. Noruega, por su parte, vía tanto su empresa estatal Statoil1 desde los 1970s, como de normativas protransferencia tecnológica que implementó el gobierno y el privilegio a inversiones nacionales, permitió “norueguizar” el petróleo y crear una industria offshore doméstica, junto a encadenamientos productivos con el tejido productivo nacional en áreas de servicios, ingeniería e infraestructura. Finlandia, por su parte, desde empresas públicas en sectores forestales, de cobre y petróleo pudo crear fuertes encadenamientos productivos en torno a la manufactura y, a través de la creación de núcleos públicos de innovación, guiar inversiones hacia áreas intensivas en conocimiento y no en explotación de recursos naturales.
A su vez, una de las fuentes más importantes de la creación de valor en una sociedad es el conocimiento tecnológico. Este conocimiento, como tempranamente sostuvo Veblen (1908), no es un activo individual, sino una producción colectiva, que se transfiere de generación en generación y que requiere de un armazón organizacional e institucional que lo estimule y sostenga. En los tres casos nombrados, el Estado aseguró la educación СКАЧАТЬ