La lección nórdica: Trayectorias de desarrollo en Noruega, Suecia y Finlandia. José Miguel Ahumada
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СКАЧАТЬ a los críticos, parte importante de dicho dinamismo se debía a la adopción temprana de las recetas derivadas del Consenso de Washington y a la solidez de su orden institucional promercado (Kuczynski y Williamson, 2003; Kingstone, 2019).

      Sin embargo, dicho aumento del ingreso per cápita no implicó la consolidación de una matriz productiva que fuera capaz de sostener en el largo plazo un incremento de la riqueza junto a derechos sociales, especialización en áreas intensivas en conocimiento y sostenibilidad ambiental. En otras palabras, el crecimiento del ingreso per cápita no fue sinónimo de desarrollo económico.

      De hecho, Chile comienza a perder su dinamismo ya desde fines de la década de 1990. El impacto de la crisis asiática en 1998-1999 trajo aparejado un quinquenio de bajo crecimiento y, paralelamente, el comienzo de un estancamiento secular de la productividad interna que llega hasta la actualidad. A su vez, la diversificación exportadora no logró dar el salto a nuevos sectores intensivos en conocimiento, anclándose en torno a áreas de procesamiento de recursos naturales y, al margen de diversos intentos de evitarlo, con débiles encadenamientos productivos con el tejido económico local. Esto repercutió en una economía con fuertes fracturas internas: por un lado, un polo de grandes empresas extractivas exportadoras que acumulaban rentas a partir de los recursos naturales con su consiguiente desinterés en generar saltos productivos y, por otro, un polo de micro, pequeñas y medianas empresas de baja productividad y bajas remuneraciones centradas en la economía doméstica que abastecen un mercado pequeño.

      Junto a esta fractura productiva vinieron otras en las dimensiones laborales, sociales y ambientales. En lo referente al mercado del trabajo, tanto la baja productividad como la débil organización sindical repercutieron en salarios bajos, en baja cualificación de los trabajadores, alta rotación y precariedad. Dicha situación laboral, sin embargo, no se sostuvo sobre un rol más activo del Estado en garantizar derechos sociales que pudieran brindar apoyo al mundo laboral. La segregación en las dimensiones de salud y educación, unida a la ausencia de un seguro universal de pensiones, tradujeron inmediatamente esas fracturas en profundas brechas sociales. La incapacidad del Estado de garantizar esos derechos, a su vez, se vinculó con las características propias de la estructura tributaria en base a su baja capacidad recaudatoria y centrada principalmente en su dimensión más regresiva como es el impuesto al consumo.

      Chile, de esta forma, entró a la década del 2000 con una gran deuda social y con crecientes síntomas de agotamiento de su matriz productiva. Sin embargo, Chile, al igual que el resto de países de América Latina, recibió un shock externo positivo desde mediados de la década del 2000, debido a la creciente demanda china de recursos naturales. La soya argentina, brasileña y uruguaya, el cobre chileno y peruano o el petróleo venezolano y ecuatoriano vieron sus precios crecer a partir de esta demanda, brindándole a la región una década de abundancia. Si bien dicho boom sacó a la región del estancamiento post crisis asiática, no modificó (incluso en muchos casos profundizó) el carácter extractivo y rentista de las economías regionales. Las altas rentas en los sectores extractivos aumentaron las inversiones en dichas áreas, desincentivando políticas que buscaran crear nuevos sectores económicos más sostenibles y dinámicos, e incluso aceleró la desindustrialización prematura de la región (Castillo y Martins, 2016; Gallagher, 2016).

      En el caso chileno se reprodujo dicho patrón. Si bien el boom dio un nuevo respiro y reactivó la economía, también reforzó la desindustrialización interna y el tipo de inserción en torno a las áreas clásicas de ventajas comparativas en recursos naturales (Palma, 2019). Este último implicó una expansión de las inversiones en nuevos territorios, intensificando una sobre-explotación de los recursos naturales y entrando estas, rápidamente, en un ciclo de rendimientos decreciente (Ffrench-Davis y Díaz, 2019). Aquello hizo más nítida la fractura ambiental que se ha ido acumulando en el tiempo, y que ha desembocado en una ola de descontento y movilizaciones por parte de comunidades locales en diversas zonas de sacrificio a lo largo de Chile, como se ejemplifica en la industria minería, frutícola y forestal, pilares de la matriz exportadora nacional.

      El término del boom de los commodities hizo que Chile, siguiendo la tendencia regional, volviera a ralentizar su crecimiento, solo que ahora con una matriz natural más degradada, una fractura productiva más profunda y una fractura social que se expresó en el estallido de octubre del 2019. En este sentido, a pesar de ser el país con mayores ingresos por habitante de la región, el tipo de crecimiento de Chile no se diferencia en gran medida del de sus pares. Esto es, se ha caracterizado por periodos relativamente cortos de auge, para luego entrar en largos periodos de estancamiento. Así, el crecimiento de la década de 1990 terminó con una media década de estancamiento, mientras que la del boom de los commodities en la década de los 2000 concluyó con una nueva media década de ralentización que, probablemente, será más duradera a causa de la pandemia.

      II

      El poder para crear riqueza es infinitamente más

      importante que la riqueza en sí misma

      Friedrich List

      Aquella inestabilidad, junto al desgaste social, productivo y natural acumulado implican una serie de preguntas: ¿son esas fracturas un destino que no podemos evitar?, ¿son dolores necesarios del progreso económico?, ¿existen otras formas de pensar el camino al desarrollo que eviten dichas contradicciones?

      El objetivo de este libro es un intento de responder a esas preguntas. Y para ello el camino por el que se optó es volver a la historia, en particular poniendo la atención en cómo países con los que tradicionalmente Chile se compara, lograron no solo aumentar el ingreso en forma sostenida, sino hacerlo a través de una profunda transformación de sus matrices productivas, de la mano de bajas desigualdades, amplios derechos sociales, fuerte poder sindical y en democracia. Para eso se decidió mirar a los países nórdicos, en particular los casos de Noruega, Finlandia y Suecia.

      Estos países son economías relativamente pequeñas, tanto en términos de población como de geografía, y abundantes en recursos naturales, particularmente bosques, acceso marítimo y, para el caso noruego, petróleo. En efecto, la agricultura contribuía significativamente al PIB y al empleo en estas economías hasta mediados del siglo XX, y sus matrices exportadoras estaban especializadas en torno al sector forestal, pesquero e incluso cobre en el caso finlandés, en similitud a la canasta de exportación que ha tenido Chile desde la década de 1980. A su vez, como se puede observar en el gráfico I.1, en términos de ingresos per cápita como porcentaje del de EE.UU., Chile no se distanciaba tanto de Noruega y Suecia, e incluso hasta mediados del siglo XX estaba por sobre Finlandia.

      Sin embargo, a partir de ese periodo las brechas comienzan a ampliarse considerablemente. El ingreso de Chile como porcentaje del de EE.UU. prácticamente no cambia entre 1950 y 1970 (en torno al 30%), sufre una profunda caída en el periodo 1970-1990 (llegando al 20%) para luego recuperarse lentamente. Solo en las dos últimas décadas Chile experimentó un cierre de brechas producto del shock exógeno de los commodities y de la crisis del 2008 en EE.UU. (pasando a 40% en la actualidad). Por el contrario, Noruega comienza un rápido cierre de brechas desde la década de 1970, superando a EE.UU. a partir de la década del 2000, representando hoy un 145% del ingreso norteamericano, aprovechando su eficiente gestión del petróleo en un entorno de altos precios de las materias primas y la mayor integración del país en el Mercado Común Europeo. Por otra parte, Finlandia, teniendo una brecha de ingresos con EE.UU. prácticamente igual a la de Chile hasta 1950, cierra sus diferencias en forma sostenida, llegando en la actualidad a representar alrededor de 75%. Suecia, por su parte, en el mismo periodo salta de un 55% del ingreso de EE.UU. a un 80% en la actualidad.

      Gráfico I.1. Cierre de brecha de ingresos con EE.UU. (1860-2016)

      (ingresos per cápita como porcentaje del de EE.UU.)

      Fuente: СКАЧАТЬ