Mabinogion. Relatos galeses medievales. Varios autores
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Название: Mabinogion. Relatos galeses medievales

Автор: Varios autores

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

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isbn: 9789560013521

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СКАЧАТЬ me aseguraré de que no haya en tu país ni hombre ni mujer que sepa que yo no eres tú. Yo tomaré tu lugar –dijo Arawn.

      –Con mucho gusto –contestó Pwyll–, y ahora, por mi parte, seguiré mi camino.

      –Tu viaje no tendrá obstáculos y nada te detendrá hasta que llegues a mi reino; yo te escoltaré.

      Arawn acompañó a Pwyll hasta que éste vislumbró la corte y la morada.

      –He aquí la corte y el reino bajo tu poder –dijo–. Dirígete hacia allí; no habrá nadie que no te reconozca. Y en tanto observes los usos de la corte, reconocerás sus costumbres.

      Hacia allí se encaminó Pwyll. En la corte vio aposentos, salas, habitaciones y edificios bellamente adornados como nunca nadie había visto. Acudió a la sala para sacarse los zapatos. Llegaron muchachos y chambelanes jóvenes para descalzarlo y todos lo saludaban al entrar43. Dos caballeros se llevaron su traje de caza y le colocaron vestidos dorados de seda brocada.

      La sala fue dispuesta. Entonces vio entrar a una banda de guerreros y seguidores que eran los más nobles y mejor equipados que había visto jamás, y junto a ellos venía la reina, la mujer más hermosa del mundo, vestida con un atavío de oro de resplandeciente seda brocada. Fueron a lavarse y luego se dirigieron a las mesas y se sentaron así: la reina de un lado y el iarll (supuso él) del otro44. La reina y él comenzaron a hablar. Mientras charlaba con ella le pareció que era la mujer más noble y cortés de disposición y conversación con la que jamás había estado. Pasaron el tiempo comiendo, bebiendo, cantando y divirtiéndose. De todas las cortes del planeta que conocía, esta era la que más rebosaba de comida y bebida, de vajillas de oro y joyas regias.

      Llegó la hora de que fueran a dormir y la reina y él así lo hicieron. Tan pronto se acostaron, él volvió su rostro hacia un lado de la cama, dándole la espalda a ella, y desde ese momento hasta la mañana no le dijo ni una palabra. Al día siguiente conversaron amigablemente y se trataron con dulzura, . Sin embargo, aunque existiera este cariño durante el día, todas las noches hasta el final del año fueron iguales a la primera45.

      Pasó el año cazando, cantando, divirtiéndose, con afecto y conversando con sus compañeros, hasta la noche del encuentro, que fue vivamente recordada tanto por el habitante más lejano de todo el reino como por él mismo. Entonces fue a la cita, junto con los nobles de su reino. En cuanto llegó al vado, un caballero se levantó y habló así:

      –Nobles señores, escuchen bien. Este encuentro es entre los dos reyes, y solo entre ellos dos. Cada uno le demanda al otro tierras y territorios. Estén todos tranquilos y déjenlos combatir.

      Enseguida los dos reyes se aproximaron juntos al centro del vado para enfrentarse. En el primer ataque, el hombre que estaba en lugar de Arawn golpea a Hafgan en medio de la bloca del escudo, de modo que lo parte en dos mitades y destroza toda su armadura. Hafgan cae, cuan largos eran su brazo y el asta de su lanza, por detrás de la grupa de su caballo sufriendo un golpe mortal46.

      –Señor –dijo Hafgan–, ¿qué derecho tenías tú sobre mi muerte? Yo no te reclamaba nada. Tampoco conozco razón alguna para que me mates. Pero, por Dios, puesto que has empezado, ¡termina!

      –Señor –respondió el otro–, me podría arrepentir de culminar lo que te he hecho a ti. Busca a otro para que te mate. Yo no lo haré.

      –Mis leales nobles –dijo Hafgan–, sáquenme de aquí; mi muerte está cerca. No hay manera de que pueda sostenerlos de aquí en más.

      –Nobles míos –dijo el hombre que estaba en lugar de Arawn–, tomen consejo y piensen quiénes podrían ser vasallos míos.

      –Señor –replicaron los nobles–, todos deberían serlo ya que no hay otro rey más que tú en todo Annwfn.

      –Bueno –respondió–. Es correcto recibir a los que vienen sumisos, pero aquellos que no lo hacen obedientemente, que sean obligados por la fuerza de las armas.

      Y de inmediato recibió el juramento de los hombres y comenzó a tomar posesión de la tierra47. Y al mediodía del día siguiente los dos reinos estaban bajo su poder.

      Entonces emprendió el camino hacia el punto de reunión y fue a Glyn Cuch. Cuando llegó se encontró con Arawn, rey de Annwfn, frente a él. Ambos estaban contentos de verse.

      –Bien –dijo Arawn–, Dios te compense por tu amistad. He escuchado sobre ella.

      –Bueno –respondió Pwyll–, cuando regreses a tu tierra verás lo que he realizado por ti.

      –Dios te pague todo lo que has hecho por mí –dijo.

      Entonces Arawn le dio su forma y apariencia a Pwyll, príncipe de Dyfed, y tomó la suya propia. Arawn se volvió a su corte en Annwfn, y estaba contento de encontrarse con sus seguidores y su mesnada, ya que no los había visto por un año. Sin embargo, ellos no lo habían extrañado y su llegada no era ninguna novedad. Ese día lo pasó feliz y placenteramente, sentado y conversando con su mujer y sus nobles. Cuando fue más oportuno dormir que divertirse, se fue a la cama y su mujer acudió a él. Lo primero que hizo fue charlar con ella, y luego se rindió al placer amoroso y al amor. Pero durante un año ella no había estado acostumbrada a eso y meditó sobre ese asunto: «Dios mío –se dijo–, ¿por qué es diferente su humor esta noche de lo que ha sido durante el último año?». Y reflexionó largamente. Luego de estas cavilaciones, él se despertó y le habló, insistiéndole una segunda vez y una tercera, pero no recibió réplica alguna.

      –¿Por qué razón no me respondes? –le preguntó.

      –Te lo diré: no he hablado tanto en este mismo lugar desde hace un año –contestó ella.

      –¿Por qué? –dijo–. Nosotros hablábamos siempre.

      –¡Que caiga sobre mí gran vergüenza! Este último año, en cuanto nos envolvíamos en la ropa de cama, no había más regocijo ni conversación, ni siquiera volvías tu rostro hacia mí, y mucho menos pasaba algo más entre nosotros –exclamó ella.

      Entonces él pensó: «Querido señor Dios –se dijo–, tenía un camarada cuya amistad era firme y fuerte». Luego le dijo a su mujer:

      –Señora, no me culpes. Juro por Dios que este último año no he dormido ni yacido contigo –y le contó toda la historia.

      –Confieso a Dios –dijo ella– que has hecho un buen negocio para que tu amigo haya combatido las tentaciones del cuerpo y cumplido su promesa.

      –Señora –replicó él–, esos eran exactamente mis pensamientos mientras guardaba silencio.

      –¡No me extraña! –respondió ella.

      Por su parte, Pwyll, príncipe de Dyfed, regresó a su tierra y reino, y les preguntó a sus nobles cómo había sido su señorío durante ese año en comparación a como había sido antes.

      –Señor –contestaron ellos–, jamás había sido igual tu saber o mejor tu juicio, ni habías sido un joven tan gentil ni tan generoso en la distribución de tu riqueza.

      –Por Dios –dijo él–, bueno es que agradecieran al hombre que estuvo con ustedes. Y esta es la historia, tal y como fue –y Pwyll les relató todo.

      –Bueno, señor –dijeron–, gracias СКАЧАТЬ