Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
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Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

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СКАЧАТЬ ese instante, la calma incomodó a los agentes. Todo estaba tranquilo, demasiado tranquilo. La propia serenidad se tornó amenazante. Aquellas ventanas a lo largo de la fachada de la casa: detrás de cualquiera de ellas podría estar esperando un asesino, observando.

      Whisenhunt y Burbridge dejaron a DeRosa en el césped y volvieron hacia el extremo norte del domicilio en busca de otra manera de entrar. Si accedían por la puerta principal serían objetivos francos. Observaron que habían quitado una tela mosquitera de una ventana de la fachada, que estaba apoyada a un lado del edificio. Whisenhunt también se fijó en una hendidura horizontal a lo largo de la parte inferior de la tela mosquitera. Al sospechar que podía ser por allí por donde había entrado la persona o las personas que habían cometido los asesinatos, buscaron otros medios de introducirse. Encontraron una ventana abierta a un lado. Al mirar dentro, vieron lo que parecía una habitación recién pintada, desprovista de muebles. Treparon hacia el interior.

      DeRosa esperó hasta verlos dentro de la casa y luego se acercó a la puerta principal. Había una mancha de sangre en el camino, entre los setos; varias más en la esquina derecha del porche, y aún otras justo delante y a la izquierda de la puerta, y en la propia jamba. No vio, o luego no recordó haber visto, huellas, aunque había unas cuantas. Con la puerta abierta hacia dentro, DeRosa estaba en el porche cuando se dio cuenta de que habían garabateado algo en la mitad inferior.

      Había tres letras de imprenta escritas con lo que parecía sangre: PIG16.

      Whisenhunt y Burbridge habían terminado de registrar la cocina y el comedor cuando entró DeRosa en el vestíbulo. Al torcer a la izquierda al salón, encontró el paso bloqueado en parte por los dos baúles de camarote azules. Daba la impresión de que habían estado en posición vertical y luego los habían derribado, porque uno estaba apoyado contra el otro. DeRosa también se fijó, al lado de los baúles y en el suelo, en unas gafas con montura de carey. Burbridge, que lo siguió a la habitación, observó otra cosa: en la alfombra, a la izquierda del recibidor, había dos trozos de madera. Parecían pedazos de una empuñadura rota.

      Habían llegado esperando encontrar dos cadáveres, pero había tres. Ya no buscaban más muerte, sino alguna explicación. Un sospechoso. Pistas.

      La habitación era luminosa y espaciosa. Escritorio, silla, piano. Después algo extraño. En el centro de la habitación, frente a la chimenea, había un largo sofá. Una enorme bandera de Estados Unidos cubría la parte de atrás.

      No vieron lo que había al otro lado hasta que estuvieron casi a la altura del sofá.

      Era joven, rubia, se le notaba mucho el embarazo. Yacía sobre el costado izquierdo, justo delante del sofá, con las piernas dobladas arriba hasta el estómago en posición fetal. Llevaba un sostén floreado y unas bragas a juego, pero el estampado casi no se distinguía por la sangre, con la que daba la sensación de que habían embadurnado todo el cadáver. Habían dado dos vueltas a una cuerda blanca de nylon alrededor del cuello; un extremo se prolongaba sobre una viga en el techo, el otro llevaba a través del suelo a otro cadáver más, el de un hombre, que estaba a menos de un metro y medio.

      También habían dado dos vueltas a la cuerda alrededor del cuello del hombre. El extremo suelto pasaba por debajo del cuerpo y luego se extendía alrededor de un metro más allá. Una toalla ensangrentada le cubría la cara, ocultándole los rasgos. Era bajo, medía alrededor de un metro y setenta centímetros, y yacía sobre el costado derecho con las manos juntas cerca de la cabeza, como si estuviera todavía parando golpes. La ropa que llevaba —camisa azul, pantalones blancos de rayas verticales negras, cinturón ancho a la moda, botas negras— estaba empapada de sangre.

      Ninguno de los agentes pensó en examinar los cadáveres por si había signos de vida. Como en el caso del cadáver del coche y la pareja del césped, era a todas luces innecesario.

      Aunque DeRosa, Whisenhunt y Burbridge eran policías, no inspectores, cada uno de ellos, en algún momento en el desempeño de sus funciones, había visto la muerte. Pero nada parecido a aquello. El 10050 de Cielo Drive era un matadero humano.

      Conmocionados, los agentes se dispersaron para registrar el resto de la casa. Había una buhardilla encima del salón. DeRosa subió por la escalera de madera y echó nervioso un vistazo por encima del borde, pero no vio a nadie. Un pasillo comunicaba el salón con el extremo sur del domicilio. Había sangre en dos sitios del pasillo. A la izquierda, justo después de una de las manchas, había un dormitorio, cuya puerta se encontraba abierta. Las mantas y las almohadas estaban arrugadas y había ropa desparramada aquí y allá, como si alguien —posiblemente la mujer del camisón del césped— se hubiera desvestido y acostado antes de que apareciera la persona o las personas que cometieron los asesinatos. Sobre la cabecera de la cama, con las patas colgando hacia abajo, había un conejo de peluche que tenía las orejas levantadas, como si contemplara perplejo el lugar de los hechos. No había sangre ni signos de forcejeo.

      Al otro lado del pasillo estaba el dormitorio principal. También tenía abierta la puerta, igual que las puertas de lamas al otro extremo de la habitación, más allá de las cuales se veía la piscina.

      Aquella cama era mayor y estaba más arreglada, y la colcha blanca estaba doblada, de modo que dejaba ver la parte superior de la sábana, con un alegre floreado, y la parte inferior, blanca con un diseño geométrico dorado. En el centro de la cama, y no de un lado a otro de la parte de arriba, había dos almohadas, que dividían la zona donde se había dormido de la zona donde no. Al otro lado de la habitación, frente a la cama, había un televisor, y a ambos lados dos espléndidos armarios. Encima de uno de ellos había un moisés blanco. Las puertas contiguas estaban prudentemente abiertas: vestidor, armario empotrado, baño, armario empotrado. Tampoco había signos de forcejeo. El teléfono de la mesilla de noche al lado de la cama estaba colgado. Nada volcado o tumbado.

      Sin embargo, había sangre en la parte interior izquierda de la puerta ventana de lamas, lo cual indicaba que alguien, de nuevo, posiblemente la mujer del césped, había salido corriendo por allí tratando de escapar.

      Al salir, los agentes quedaron deslumbrados un momento por el resplandor de la piscina. Asin había mencionado una casa de invitados detrás de la vivienda principal. Entonces la divisaron, o más bien divisaron una esquina, a unos veinte metros al sureste, a través de los arbustos.

      Se acercaron en silencio y oyeron los primeros sonidos desde que habían llegado a la finca: el ladrido de un perro, y una voz masculina que decía: «Chis, calla».

      Whisenhunt fue a la derecha, alrededor de la parte posterior de la casa. DeRosa torció a la izquierda y avanzó rodeando la fachada. Burbridge lo siguió de refuerzo. Al acceder al porche con tela mosquitera, DeRosa pudo ver, en el salón, en un sofá enfrente de la puerta principal, a un joven de unos dieciocho años. Llevaba pantalones pero no camisa, y aunque no parecía armado, eso no significaba, según explicaría después DeRosa, que no tuviera un arma cerca.

      DeRosa derribó la puerta principal al grito de «¡Alto!».

      Asustado, el chico levantó la cabeza para ver una y, acto seguido, tres armas que le apuntaban directamente. Christopher, el gran weimaraner de Altobelli, atacó a Whisenhunt y mordió la punta de la escopeta. Whisenhunt le estampó la puerta del porche en la cabeza y luego lo mantuvo atrapado ahí hasta que el joven llamó al perro.

      En cuanto a lo que pasó a continuación, hay versiones contradictorias.

      El joven, que se identificó como William Garretson, el vigilante, afirmaría después que los agentes lo tiraron al suelo, lo esposaron, lo levantaron con brusquedad, lo arrastraron afuera al césped y luego volvieron a tirarlo al suelo.

      Después preguntarían a DeRosa, en relación a Garretson:

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