Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi страница 36

Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

isbn:

СКАЧАТЬ llegaron a la verja, prosiguió Susan, «él» cortó los cables telefónicos. Virginia volvió a interrumpirla para preguntarle si no le preocupó cortar los cables eléctricos, apagar las luces y alertar a la gente de que pasaba algo. Susan contestó: «No, no. Sabía lo que hacía». Virginia tuvo la impresión, menos por lo que le dijo que por cómo lo dijo, de que el hombre había estado allí.

      Susan no mencionó cómo cruzaron la verja. Dijo que primero mataron al chico. Cuando Virginia preguntó por qué, Susan contestó que los había visto. «Y él tuvo que dispararle. Le pegó cuatro tiros».

      En ese momento Virginia se confundió un poco. Luego afirmaría: «Creo que me dijo —no estoy segura del todo—, creo que dijo que ese tal Charles le disparó». Antes Virginia había tenido la impresión de que aunque Charlie les ordenó qué hacer, no los acompañó. Pero entonces pareció que sí.

      Lo que no sabía Virginia era que en la Familia había dos hombres llamados Charles: Charles Manson y Charles Watson, alias Tex. Las dificultades que ocasionaría después este simple malentendido serían enormes.

      Al entrar en la casa —Susan no dijo cómo— vieron a un hombre en el sofá del salón, y a una chica, a quien Susan identificó como «Ann Folger», sentada en una silla leyendo un libro. No levantó la vista.

      Virginia le preguntó cómo sabía los nombres. Susan contestó: «No los supimos hasta el día siguiente».

      En un momento dado por lo visto el grupo se separó. Susan fue hacia el dormitorio, en tanto que los demás se quedaron en el salón.

      —Sharon estaba incorporada en la cama. Jay estaba sentado en el borde hablando con ella.

      —¿De verdad? —preguntó Virginia—. ¿Qué llevaba ella?

      —Un sujetador y bragas.

      —¿En serio? ¿Y estaba embarazada?

      —Sí. Y levantaron la vista, y se quedaron muy sorprendidos.

      —¡Vaya! ¿Hubo un buen lío o qué?

      —No, se quedaron demasiado sorprendidos y supieron que íbamos en serio.

      Susan se saltó una parte del relato y siguió. Era como si «flipara», pasando de repente de un tema a otro. De pronto estaban en el salón. Sharon y Jay estaban colgados con sogas alrededor del cuello, para que se asfixiaran si intentaban moverse. Virginia preguntó por qué pusieron una capucha en la cabeza a Sebring.

      —No le pusimos ninguna capucha en la cabeza —la corrigió Susan.

      —Eso dijo la prensa, Sadie.

      —Pues no había ninguna capucha —repitió Susan, que se puso bastante insistente.

      Entonces el otro hombre (Frykowski) se escapó y corrió hacia la puerta.

      —Estaba lleno de sangre —dijo Susan, que lo apuñaló tres o cuatro veces—. Estaba sangrando y corrió hacia la parte delantera. —Salió por la puerta al césped—. ¿Y te puedes creer que estuvo allí gritando «¡Socorro, socorro, que alguien me ayude, por favor!», y no vino nadie? Luego acabamos con él —dijo sin rodeos, sin entrar en detalles.

      Virginia ya no hizo preguntas. Lo que había empezado como el cuento de hadas de una niña pequeña se había convertido en una pesadilla horripilante.

      No mencionó lo que les pasó a Abigail Folger o Jay Sebring, solo que «Sharon fue la última en morir». Al decirlo, Susan se rio.

      Susan aseguró que le sujetó los brazos a Sharon detrás, y que Sharon la miró y lloró y suplicó: «Por favor, no me mates. Por favor, no me mates. No quiero morir. Quiero vivir. Quiero tener a mi hijo. Quiero tener a mi hijo».

      Susan afirmó que miró a los ojos a Sharon y dijo: «Mira, puta, no me importas. No me importa si vas a tener un hijo. Más vale que te prepares. Vas a morir, y me da lo mismo».

      Luego Susan añadió: «En unos minutos acabé con ella y estuvo muerta».

      Después de matar a Sharon, Susan se dio cuenta de que tenía sangre en una mano. La probó.

      —¡Vaya, menudo viaje! —le dijo a Virginia—. Pensé: «Probar la muerte, y sin embargo dar vida». —Le preguntó a Virginia si había probado la sangre—. Está caliente, es pegajosa y sabe rica.

      Virginia logró hacer una pregunta. ¿No le importó matar a Sharon Tate estando embazada?

      Susan miró a Virginia con cara de sorpresa y dijo:

      —Bueno, parece que no me entiendes. Yo la quería, y para matarla estaba matando una parte de mí.

      —Sí, claro, ya lo entiendo —contestó Virginia.

      Quiso extraer el bebé, dijo Susan, pero no hubo tiempo. Querían sacarle los ojos a la gente y aplastarlos contra la pared, y amputarle los dedos. «Íbamos a mutilarlos, pero no tuvimos ocasión de hacerlo.»

      Virginia le preguntó cómo se sintió después de los asesinatos. Susan contestó:

      —Me sentí de lo más eufórica. Cansada, pero en paz conmigo misma. Supe que aquello solo era el principio de helter skelter. El mundo iba a escuchar ya.

      Virginia no entendió qué quería decir con «helter skelter», y Susan intentó explicárselo. No obstante, habló tan rápido y con una emoción tan evidente que Virginia tuvo problemas para seguirla. Por lo que entendió, había un grupo, unas personas escogidas, reunidas por Charlie, y esa nueva sociedad había sido elegida para que saliera, por todo el país y por todo el mundo, a seleccionar a gente al azar y ejecutarla, a fin de liberarla de este mundo. Susan explicó: «Tienes que sentir un amor verdadero en tu corazón para hacer eso por la gente».

      Cuatro o cinco veces mientras hablaba Susan, Virginia tuvo que advertirla de que bajara la voz, que alguien podía oírla. Susan sonrió y dijo que eso no la preocupaba. Se le daba muy bien hacerse la loca.

      Después de abandonar el domicilio de Tate, prosiguió Susan, descubrió que había perdido la navaja. Pensó que a lo mejor la había cogido el perro. «Ya sabes cómo son los perros a veces.» Pensaron en volver para buscarla pero decidieron que no. También dejó una huella de una mano en un escritorio. «Caí en la cuenta después —dijo Susan—, pero mi espíritu era tan fuerte que lógicamente ni siquiera se notó, de lo contrario ya me habrían cogido».

      Por lo que entendió Virginia, tras abandonar el domicilio de Tate, al parecer se cambiaron de ropa en el coche. Luego condujeron un rato y se detuvieron en un sitio donde había una fuente o algo parecido para lavarse las manos. Susan dijo que salió un hombre y quiso saber qué hacían. Empezó a gritarles.

      —Y —dijo Susan—, adivina quién era.

      —No lo sé —respondió Virginia.

      —¡Era el sheriff de Beverly Hills!

      Virginia dijo que pensaba que Beverly Hills no tenía sheriff.

      —Bueno —dijo Susan irritada—, el sheriff o el alcalde o lo que sea.

      El hombre empezó a meter una mano en el coche para coger las llaves, СКАЧАТЬ