Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
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Читать онлайн книгу Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson - Vincent Bugliosi страница 34

Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

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СКАЧАТЬ Susan le encantaba hablar. Y a Ronnie y Virginia, escuchar absortas.

      El 2 de noviembre de 1969 apareció un tal Steve Zabriske en el Departamento de Policía de Portland, en Oregón, y le dijo al sargento Ritchard, inspector, que un tal «Charlie» y un tal «Clem» cometieron los asesinatos de los casos Tate y LaBianca.

      Se lo oyó, dijo Zabriske, de diecinueve años, a Ed Bailey y Vern Plumlee, dos hippies de California a los que conoció en Portland. Zabriske aseguró también a Ritchard que Charlie y Clem estaban en aquel momento detenidos en Los Ángeles por otra acusación, robo de vehículos.

      Bailey le contó otra cosa, afirmó Zabriske: que vio en persona a Charlie disparar a un hombre en la cabeza con una automática del calibre cuarenta y cinco. Fue en el Valle de la Muerte.

      El sargento Ritchard le preguntó a Zabriske si podía demostrar alguna cosa. Zabriske admitió que no. No obstante, Michael Lloyd Carter, su cuñado, también estuvo presente durante las conversaciones, y le respaldaría si el sargento Ritchard quería hablar con él.

      El sargento Ritchard no quiso. Como Zabriske «no tenía apellidos ni nada concreto para demostrar que decía la verdad», el sargento Ritchard, según el informe oficial, «no otorgó ninguna credibilidad a la conversación y no dio parte al Departamento de Policía de Los Ángeles (…)».

      Las chicas del dormitorio 8000 llamaban a Sadie Mae Glutz —que era como Susan Atkins insistía en que la llamaran— «Sadie la Loca». No era solo por aquel nombre ridículo. Se la veía demasiado contenta, teniendo en cuenta dónde se encontraba. Se reía y cantaba en ocasiones inapropiadas. Sin avisar, dejaba lo que estuviera haciendo y empezaba a bailar a lo gogó. Hacía ejercicio desprovista de bragas. Alardeaba de haber probado todo lo habido y por haber en materia sexual, y más de una vez hizo proposiciones deshonestas a otras internas.

      Virginia Graham pensaba que era como una «niña pequeña perdida» que hacía mucho teatro para que nadie supiera lo asustada que estaba en realidad.

      Un día, mientras estaban sentadas en el centro de mensajes, Virginia le preguntó:

      —¿Por qué estás aquí?

      —Por asesinato con premeditación —contestó Susan como si nada.

      Virginia no pudo creérselo, Susan parecía muy joven.

      En aquella conversación en concreto, que por lo visto tuvo lugar el 3 de noviembre, Susan dijo poco del asesinato en sí, solo que creía que otro acusado, un chico que se encontraba detenido en la cárcel del condado, la había delatado. Al interrogarla, Whiteley y Guenther no le dijeron que fue Kitty Lutesinger la que la había implicado, y ella suponía que el soplón había sido Bobby Beausoleil.

      Al día siguiente Susan dijo a Virginia que el hombre de cuyo asesinato se la acusaba se llamaba Gary Hinman. Aseguró que estaban implicados Bobby, otra chica y ella. A la otra chica no la acusaron del asesinato, afirmó, aunque había estado en Sybil Brand no hacía mucho por otro cargo. En aquel momento se encontraba en libertad bajo fianza y había ido a Wisconsin a por el niño que tenía39.

      —Y qué, ¿lo hiciste? —Susan la miró y sonrió.

      —Claro —dijo como si nada.

      Solo que la policía se equivocaba, dijo. Según la policía, ella sujetó al hombre mientras el chico lo apuñaló, cosa que era una tontería, porque ella no podría sujetar a un hombre tan grande. Fue al revés: el chico lo sujetó y ella lo apuñaló, cuatro o cinco veces.

      Lo que dejó atónita a Virginia, como comentaría después, fue que Susan lo contó «como si fuera la cosa más normal del mundo».

      Las conversaciones de Susan no se limitaron al asesinato. Los temas abarcaron desde los fenómenos parapsicológicos hasta las experiencias de bailarina en topless en San Francisco. Fue estando allí, le dijo a Virginia, cuando conoció «a un hombre, a Charlie». Era el hombre vivo más fuerte. Había estado en la cárcel pero jamás se había hundido. Susan dijo que obedecía sus órdenes sin rechistar, como todos, todos los chicos que vivían con él. Él era el padre, el líder, el amor de todos.

      Fue Charlie, aseguró, el que le puso el nombre de Sadie Mae Glutz.

      Virginia comentó que eso no le parecía precisamente favorecedor.

      Charlie iba a guiarlos al desierto, dijo Susan. Había un agujero en el Valle de la Muerte, solo Charlie sabía dónde, pero muy abajo, dentro de él, en el centro de la Tierra, había toda una civilización. Y Charlie iba a llevar allí a la «familia», a los pocos escogidos. Iban a ir a vivir a aquel pozo del abismo.

      Charlie, le confió Susan a Virginia, era Jesucristo.

      Susan, decidió Virginia, estaba chiflada.

      La noche del miércoles 5 de noviembre un joven que quizás habría podido aportar la solución de los homicidios de los casos Tate y LaBianca dejó de existir.

      A las siete y treinta y cinco de la tarde unos agentes del Departamento de Policía de Venice, al responder a una llamada telefónica, llegaron al 28 de la avenida Clubhouse, una casa cercana a la playa alquilada por un tal Mark Ross. Encontraron a un joven —de unos veintidós años, apodado «Zero40», nombre verdadero desconocido— tumbado en un colchón en el suelo del dormitorio. El fallecido aún estaba caliente al tacto. Había sangre en la almohada y lo que parecía un orificio de entrada en la sien derecha. Al lado del cuerpo había una funda de pistola de cuero y un revólver Iver & Johnson del calibre veintidós de ocho balas. Según las personas presentes —un hombre y tres chicas—, Zero se había matado jugando a la ruleta rusa.

      Las versiones de los testigos —que se identificaron como Bruce Davis, Linda Baldwin, Sue Bartell y Catherine Gillies, y que dijeron que se alojaban en la casa mientras Ross estaba fuera— cuadraron a la perfección. Linda Baldwin afirmó que estaba tumbada en el lado derecho del colchón y Zero en el izquierdo, cuando este se fijó en la funda de cuero colgada en un perchero al lado de la cama y comentó: «Vaya, una pistola». Desenfundó la pistola, dijo la Srta. Baldwin, y dijo: «Solo hay una bala». Sujetando el arma con la mano derecha, giró el tambor, colocó la boca contra la sien derecha y apretó el gatillo.

      Los demás, en distintas partes de la casa, oyeron lo que pareció el estallido de un petardo, según afirmaron. Cuando entraron en el dormitorio, la Srta. Baldwin les dijo: «Zero se ha pegado un tiro, como en las películas». Bruce Davis reconoció que recogió la pistola. Luego llamaron a la policía.

      Los agentes desconocían que todos los presentes eran miembros de la Familia Manson que llevaban viviendo en el domicilio de Venice desde su puesta en libertad, tras la redada del rancho Barker. Dado que, al ser interrogados por separado, todos contaron en lo esencial la misma versión, la policía aceptó la explicación de la ruleta rusa y registró como suicidio la causa de la muerte.

      Había muy buenas razones para dudar de aquella explicación, aunque al parecer nadie dudó.

      Después, cuando el agente Jerrome Boen espolvoreó la pistola en busca de huellas latentes no encontró ninguna. Tampoco en la funda de cuero.

      Y cuando examinaron el revólver, descubrieron que Zero se la había jugado, desde luego. La pistola contenía siete balas y un casquillo usado. Estaba totalmente cargada, no había ninguna recámara vacía.

      Varios miembros de la Familia, entre ellos el propio Manson, seguían en la cárcel СКАЧАТЬ