Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson. Vincent Bugliosi
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Название: Helter Skelter: La verdadera historia de los crímenes de la Familia Manson

Автор: Vincent Bugliosi

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788494968495

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СКАЧАТЬ la policía y le comunicó que fue a él a quien realizó la llamada telefónica Steven Parent en torno a las once y cuarenta y cinco de la noche. Parent iba a montar a Friedman un equipo estereofónico y quería hablar de los detalles. Friedman intentó dar una excusa diciendo que era tarde, pero al final cedió y le dijo a Parent que podía pasarse unos minutos. Parent le preguntó la hora, y, cuando él se la dijo, le aseguró que llegaría hacia las doce y media27. Según Friedman, «jamás vino».

      Aquel domingo, el LAPD no solo perdió al mejor sospechoso que tenía hasta la fecha: otra pista prometedora quedó en nada. El Ferrari rojo de Sharon Tate, que la policía creía que podría haberse utilizado para escapar, fue localizado en un garaje de Beverly Hills adonde lo había llevado Sharon la semana anterior para unas reparaciones.

      Aquella noche Roman Polanski regresó de Londres. Los periodistas que lo vieron en el aeropuerto dijeron que estaba «completamente abatido» y «superado por la tragedia». Aunque se negó a hablar con la prensa, un portavoz del cineasta negó que los rumores sobre una desavenencia matrimonial tuvieran fundamento alguno. Polanski se quedó en Londres, dijo, porque no había terminado su trabajo allí. Sharon regresó a casa pronto, en barco, debido a las restricciones de las compañías aéreas para volar durante los dos últimos meses de embarazo.

      Llevaron a Polanski a un apartamento dentro del solar de Paramount, donde permaneció aislado y recibió atención médica. La policía habló con él brevemente aquella noche, pero en aquel momento fue incapaz de sugerir alguna persona que tuviera un móvil para cometer los asesinatos.

      Frank Struthers también regresó a Los Ángeles aquel domingo por la noche. En torno a las ocho y media los Saffie lo dejaron al final de la larga entrada que llevaba hasta el domicilio de los LaBianca. Subiendo por la entrada con la maleta y el material de acampada a cuestas, el joven de quince años se fijó en que la lancha motora seguía en el remolque detrás del Thunderbird de Leno. Le pareció extraño, porque a su padrastro no le gustaba dejar la lancha fuera por la noche. Después de guardar el material en el garaje, se dirigió a la puerta de atrás del domicilio.

      Solo entonces se percató de que habían bajado todas las persianas. No recordaba haberlas visto así nunca, y eso le asustó un poquito. La luz de la cocina estaba encendida, y llamó a la puerta. No hubo respuesta. Llamó en voz alta. De nuevo no hubo respuesta.

      Muy inquieto ya, se acercó al teléfono público más cercano, que estaba al lado de un puesto de hamburguesas en Hyperion con Rowena. Marcó el número de casa y, como no cogía nadie, intentó dar con su hermana en el restaurante donde trabajaba. Susan libraba aquella noche, pero el encargado le sugirió que llamara al apartamento de ella. Frank le dio el número del teléfono público desde donde le había telefoneado.

      Susan llamó poco después de las nueve. No había visto a su madre ni a su padrastro ni sabía nada de ellos desde que la dejaron en el apartamento la noche anterior. Le dijo a Frank que se quedara donde estaba, y telefoneó a su novio, Joe Dorgan, a quien le contó que Frank pensaba que pasaba algo en casa. Hacia las nueve y media Joe y Susan recogieron a Frank en el puesto de hamburguesas y los tres fueron directamente en coche al 3301 de Waverly Drive.

      Rosemary solía dejar un juego de llaves de casa en su coche. Lo encontraron y abrieron la puerta de atrás28. Dorgan propuso que Susan se quedara en la cocina mientras Frank y él revisaban el resto de la casa. Atravesaron el comedor. Cuando llegaron al salón, vieron a Leno.

      Estaba despatarrado de espaldas entre el sofá y una silla. Tenía un cojín pequeño encima de la cabeza, una especie de cable alrededor del cuello, y la parte de arriba del pijama estaba rasgada, de forma que se le veía el estómago. Había algo que sobresalía de él.

      Estaba tan quieto que supieron que estaba muerto.

      Temiendo que Susan los siguiera y viera aquello, volvieron a la cocina. Joe cogió el teléfono de la cocina para llamar a la policía y entonces, preocupado por que pudiera alterar pruebas, colgó y le dijo a Susan: «Está todo bien, vámonos de aquí». Pero Susan sabía que no estaba todo bien. En la puerta de la nevera alguien había escrito algo con lo que parecía pintura roja.

      Bajaron a toda prisa por la entrada de la propiedad, se detuvieron en un edificio de dos viviendas adosadas al otro lado de la calle, y Dorgan llamó al timbre del 3308 de Waverly Drive. Se abrió la mirilla. Dorgan dijo que habían apuñalado a alguien y que quería llamar a la policía. La persona al otro lado se negó a abrir la puerta y dijo: «Ya llamamos nosotros a la policía».

      La centralita del LAPD registró la llamada a las diez y veintiséis minutos de la noche, y la persona que la realizó se quejó de unos jóvenes que estaban armando alboroto.

      Como no sabía con seguridad si la persona había hecho de verdad la llamada, Dorgan ya había apretado el timbre de la otra vivienda, la del 3306. El Dr. J. Brigham y su esposa Merry dejaron entrar a los tres jóvenes. Sin embargo, estaban tan alterados que la Sra. Bringham tuvo que terminar la llamada. A las diez y treinta y cinco, enviaron la unidad 6A39, de color blanco y negro y a cargo de los agentes W.C. Rodríguez y J.C. Toney, a aquella dirección, y llegó muy rápido, entre cinco y siete minutos después.

      Mientras Susan y Frank seguían con el médico y su esposa, Dorgan acompañó a los dos agentes de la División de Hollywood al domicilio de los LaBianca. Toney cubrió la puerta de atrás al tiempo que Rodríguez daba la vuelta a la casa. La puerta principal estaba cerrada, pero no con llave. Después de echar un vistazo dentro, volvió corriendo y llamó para pedir una unidad de refuerzo, un supervisor y una ambulancia.

      Rodríguez llevaba en la unidad solo catorce meses; no había hallado nunca un cadáver.

      A los pocos minutos acudió la unidad de ambulancia G-1, y dictaminaron que estaba muerto cuando llegaron. Aparte del cojín que habían visto Frank y Joe, tenía una funda de almohada ensangrentada encima de la cabeza. El cable alrededor del cuello estaba sujeto a una lámpara enorme, y anudado con tanta fuerza que daba la impresión de que lo habían estrangulado con él. Las manos estaban atadas detrás de la espalda con un cordón de cuero. El objeto que sobresalía del estómago era un tenedor de trinchar con mango de marfil de dos dientes. Además de varias heridas de arma blanca en el abdomen, alguien había grabado las letras WAR29 en la piel al descubierto.

      La unidad de refuerzo, 6L40, a cargo del sargento Edward L. Cline, llegó justo después de la ambulancia. Cline, un veterano que llevaba dieciséis años en el cuerpo, asumió el mando y obtuvo de los dos técnicos de la ambulancia una ficha rosa donde se notificaba que Leno estaba muerto cuando llegaron.

      La pareja de la ambulancia ya estaba bajando por la entrada de la propiedad cuando los llamó Rodríguez para que volvieran. Cline había encontrado otro cadáver, en el dormitorio principal.

      Rosemary LaBianca yacía bocabajo en el suelo del dormitorio, en paralelo a la cama y el tocador, en un gran charco de sangre. Llevaba un camisón corto rosa y, encima, un vestido caro, azul con rayas blancas horizontales, que Susan identificaría después como uno de los favoritos de su madre. Tanto el camisón como el vestido estaban remangados por encima de la cabeza, de modo que la espalda, las nalgas y las piernas estaban al descubierto. Cline ni siquiera intentó contar las heridas de arma blanca, había muchísimas. Las manos no estaban atadas, pero, igual que Leno, tenía una funda de almohada encima de la cabeza y un cable de lámpara envuelto alrededor del cuello. El cable estaba sujeto a una de las dos lámparas de la habitación, que estaban tiradas en el suelo. La tirantez del cable, más un segundo charco de sangre a unos sesenta centímetros del cadáver, indicaba que quizás había intentado arrastrarse y había derribado las lámparas.

      Se rellenó otra ficha rosa, para la señora Rosemary LaBianca. Joe Dorgan tuvo que contárselo a Susan y Frank.

      Había СКАЧАТЬ