Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano. Guido Pagliarino
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Название: Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano

Автор: Guido Pagliarino

Издательство: Tektime S.r.l.s.

Жанр: Эзотерика

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isbn: 9788873042693

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СКАЧАТЬ Saulo una gira misionera que pasaría por diversas ciudades y la esperanza de que el primo Marcos, de quien conocía sus capacidades prácticas, les siguiese a Antioquía y de allí los acompañase en el viaje como ayudante administrativo.

      Pedro había llamado a su yerno y le había dicho:

      â€”Hijo mío, ¿entones me privarás de tu ayuda?

      â€”¿He hecho algo mal? —Se había preocupado Marcos.

      â€”No, todo lo contrario. En hecho es que Bernabé hará con Saulo una gira de evangelización en muchas ciudades, entre ellas Perga, donde está sepultado tu padre…

      â€”… ¿Perga?

      â€”Bueno, sí, y tu primo quiere que le acompañes junto a Saulo como secretario y administrador y tendrías la posibilidad de visitar la tumba de tu padre —Pedro no conocía el sueño de Marcos porque su yerno se lo había reservado para sí y, por tanto, considerando la gran fatiga y los graves peligros del viaje y temiendo que fuera reacio a aceptar, estaba tratando de convencerlo.

      Marcos, con el corazón agitado por la emoción, había entendido por el contrario la invitación de Bernabé como una señal del Cielo, en sintonía absoluta con lo que ahora se revelaba como una profecía. Así, con enorme pasión, había aceptado de inmediato.

      â€”Ah, no, ¿eh? —había escuchado sin embargo a su madre, cuando esta había sabido su próxima partida—: ¡Es un viaje lleno de peligros! Sabes muy bien que no me hace ninguna gracia que des vueltas por el mundo: ¿no te basta con lo que le sucedió a tu padre?

      â€”Deberé visitar también el sepulcro antes o después, ¿no te parece? —le había respondido Marcos con tono severo—. ¿Qué hijo sería si lo ignorara toda la vida? Y además deberías saber bien que Cristo no quiere cobardes. Mamá, deja de entrometerte.

      La mujer había inclinado la cabeza.

      Capítulo VII

      La nave, que había zarpado de Seleucia, cerca de Antioquia, hacia la isla de Chipre, provincia senatorial romana, después de 155 millas de fácil navegación gracias a las corrientes normalmente débiles en esa zona del mar, había atracado en el puerto de Salamina, primera etapa del viaje misionero. Bernabé, Saulo y Marcos se habían alojado en casa de un hermano en la fe, miembro de la pequeña comunidad cristiana en la que el primero de los tres había sido evangelizado en su momento.

      Los hebreos eran numerosos en la ciudad y había diversas sinagogas. Los dos apóstoles y Marcos, siendo también judíos, tenían libre acceso a estas. Así que Bernabé y Saulo, acompañados por el joven, habían entrado el sábado siguiente en una de ellas y, después de las oraciones en común con los demás participantes, habían predicado a Jesucristo resucitado.

      Había empezado a hablar Bernabé, al estar en su ciudad y conocer a muchos de los presentes. Tomando un rollo de la Torá que incluía enseñanzas del Levítico, había leído este versículo:

       —El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá la barba e irá gritando: «¡Impuro, impuro!» Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada.17

      Luego había comentado:

      â€”Hijos de Israel, fuimos enseñados por los sacerdotes y los escribas del templo de Jerusalén, no por el Altísimo, que el Señor es el omnipotente al que ni siquiera se puede citar por su nombre, la divinidad a la que se debe servir con temor y se nos dijo que cuando se traiciona este deber, él castiga, no solo no concediendo la vida eterna, sino enviando desventuras y enfermedades al culpable y a sus descendientes. Y es por esto por lo que consideráis a los más graves de entre todos los enfermos los incurables e intocables leprosos, como pecadores imperdonables, a pesar de que el precepto que os acabo de leer tuviera originalmente solo un objetivo higiénico: evitar el contagio, sin ninguna condena moral del enfermo. Pues bien, hijos de Israel, ¡Jesús, el Mesías que predicamos, nos dio una inequívoca señal de que es de verdad el Altísimo, tocando y curando a un leproso! Según la despiadada mentalidad difundida por sacerdotes y escribas, el Mesías habría quedado de tal manera impuro en su corazón, aunque hubiera tocado al intocable por caridad a fin de demostrar, antes de sanarlo, que el pobre hombre, como todos sus iguales, no era un pecador castigado por el Cielo. Y fue precisamente gracias al amor de Jesús hacia aquel enfermo por lo que el Espíritu, que es el Amor absoluto, realizó el milagro de la curación. ¡Amigos! Durante toda su vida el Mesías del Padre celestial se dedicó a cambiar el sentimiento de esclavos de nosotros, los hijos de Israel, desde hace mucho tiempo sometidos sumisamente al poder de los sacerdotes y de los doctores de la Ley, descuidando las enseñanzas recibidas por medio de los Profetas del Señor. Jesús ha revelado que, para el Altísimo, la pureza e impureza están en nuestras decisiones buenas o malas, no en los gestos del culto individual ni en los ritos religiosos colectivos inventados por los gobernantes de los judíos. Y ha desvelado que Dios, por amor, se pone al servicio de los hombres y no reclama en absoluto ser servido: nos pide por el contrario imitarle amándonos y ayudándonos los unos a los otros. Jesús fue el primero en servir a su prójimo dando ejemplo: él, el Ungido del Padre, se ha convertido en siervo enseñando que a la jefatura no debe corresponderle mandar y ser servida, como piensan por el contrario los sacerdotes y escribas, sino servir. Sabed, amigos, que en el curso de la última cena con los suyos, como atestiguan los propios discípulos que estaban con él en la mesa y que conocemos personalmente, antes de ser arrestado y asesinado, para dejar una señal indeleble de sus enseñanzas, se levantó y se quitó la túnica, símbolo de autoridad, se puso la bata, señal de servicio, y lavó y secó los pies de los suyos. Finalmente ordenó: «También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. En realidad, os he dado ejemplo para que actuéis como yo. Y vosotros también debéis ser un ejemplo para el mundo». Jesús seguía siendo sin embargo el maestro y dio muestras de ello cuando se visitó de nuevo con la túnica: se volvió a sentar en la cabecera de la mesa y empezó de enseñar. ¡Pero cuidado, queridos hermanos! No se quitó la bata y demostró así que el propio Dios está siempre al servicio espiritual de los hombres. De hecho, Jesús dijo poco después a los suyos: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre». Sí, hay que dar amor real a nuestros iguales: ¡Es así como se adora sobre todo al Altísimo!

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